Me gustan las barbas, mi complejo de Electra y mi adoración por mi padre, no tiene fin. Me gustan las barbas y si lo analizo, llego a la conclusión de que el origen está en las suyas; me gustan las barbas porque mi padre siempre la llevó, no lo recuerdo sin ella. A las barbas les supongo afabilidad, me generan simpatía y ternura, les concedo muchas de las notas de su carácter. No sé cuánto de absurdo tiene -muchísimo supongo- pero ese componente irracional con maniobras del subconsciente, hace que a priori, me caigan bien las barbas. Cuando constato algún barbudo situado en la antítesis de lo que él era, me sorprendo y me reprocho simpleza.

Y es que los juicios y los prejuicios nos rondan a todos. Por las pintas y el aspecto concedemos cualidades, posiciones y actitudes. Juzgamos y prejuzgamos a estiraos y dejaos. A los engominados y los coletas, que más allá de la relación que Ludwig Wittgenstein estableció entre ética y estética -y en un plano del todo frívolo- de manera cíclica, repetida y recurrente la imagen nos provoca algo, una sospecha, una suposición, una intuición y en el más allá, es cuando comprobamos que la cagamos, que el error estuvo en nosotros y en nuestros inevitables recelos iniciales. Zascas continuos que tiran por tierra los convencionalismos de cada uno.

No podemos negar que existen elementos asociados a perfiles, símbolos y hasta prendas vinculados a ideales o valores. Desde el chaleco sin mangas, prenda útil y en boga, que la pandemia -por ventilación cruzada impuestas y aireamiento de aerosoles- ha universalizado, a las guayaberas caribeñas que aquí llevamos a los toros. Obviamente no son las prendas las que tienen ideología, pero la asunción de estas por unos u otros, destierran al resto de su uso. Traspasar barreras y prejuicios absurdos, convertido en reto.

Dennos bigotes, pieles -sintéticas o naturales- rastas, mechas depuradas desde raíz, dennos banderas y pañuelos palestinos, que ya nosotros nos encargamos del resto. Póngannos batucadas o rumbitas con aires a sur y ya concretamos nosotros la melodía ideológica. No es la estética, sino el prejuicio y todo lo que podemos perdernos por la evaluación inicial. Sobreponernos a estereotipos y a esas valoraciones iniciales, nos da oportunidades de enriquecernos con lo diverso. Aprovechar coincidencias que nos ofrecen abrirnos a perfiles, despolitizar imágenes y ahondar en la mezcla, siempre suma.

Seguiré equivocándome y reprochándome a mí misma el error, crecer será desterrar reticencias y apostar por la tolerancia. Revisaré suspicacia y estaré atenta a la aceptación, aunque seguro que las barbas seguirán jugando con ventaja.

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