Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
Su propio afán
Con la indignación, el análisis. Y se abre paso una idea que era marginal y ya no: España es un Estado fallido, y la hoja de servicios de las autonomías lo es de sevicias a la ciudadanía. Alguien que conozco mucho y que siempre ha sido muy moderado me escribe: “Los aztecas, sacrificios humanos a sus dioses; nosotros, al estado autonómico”. Empezamos a preguntar a la democracia que nos hemos dado qué demonios nos ha dado ella a cambio.
Casandra es la patrona de los profetas porque nadie le hacía caso antes de que, por eso mismo, se cumpliesen sus profecías. Si hubiésemos echado cuenta a los que avisaban de una incompatibilidad entre la existencia próspera de la nación y la coexistencia del régimen extractivo de las autonomías y de la partitocracia, no habríamos llegado a la disyuntiva que ellos mismos planteaban. Pero nos hemos dejado ir.
A los más prudentes de entre los conservadores, la crítica al Régimen del 78 nos pone muy nerviosos. Con razón. No está claro que, con la actual correlación de fuerzas políticas y con la carencia de liderazgos sólidos, si se abriese un nuevo proceso constituyente, no saliese un régimen todavía peor que lo que tenemos. La Constitución es una casa ruinosa, cuyos cimientos, con la colaboración de muchos y el ahínco particular del Tribunal Constitucional, está en tenguerengue; pero aun podemos pasar más frío a la intemperie.
¿Quiere esto decir que no soy partidario de plantear el problema (78 o nación) en toda su crudeza por ejercer un sensato control de daños? No. Urge desactivar el efecto Casandra. El problema institucional de España fue que la Constitución que nació como un equilibrio entre las distintas fuerzas en las que todas cedían mucho por la concordia, se transmutó enseguida extrañamente en el ideario ideal del centro-derecha y de la Monarquía, mientras que la izquierda y los nacionalismos la entendieron como el contenido mínimo asegurado a partir del cual ellos podían avanzar en lo suyo con las espaldas cubiertas.
La única defensa de la Constitución es cuestionarla también desde la derecha y, sobre todo, desde el patriotismo español. Que la posibilidad de reventarla deje de ser un privilegio de izquierdas, a beneficio de parte, para irrisión de media España y por el saqueo de la nación. A la Constitución no la conoce ni la madre que la parió. Exponer sus defectos y decidirse a reformarlos es la única forma que queda de sostenerla.
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