Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
A punto ahora de cumplirse un año de la invasión rusa, la resistencia ucraniana se ha convertido en sorpresa porque, cuando Rusia entró, nadie daba un duro por el aguante de Zelenski y su gente. No solo lo han conseguido, sino que por momentos dan la sensación de estar ganando en el frente lo que, evidentemente, ya han ganado en imagen. Rusia está debilitada en el escenario internacional y, si no fuera por la amenaza nuclear que Putin puede calibrar, su régimen y la posición global rusa ya sería historia. Cabe esperar que la guerra termine con una salida aceptable para Rusia, pero con la victoria militar y política de Ucrania. En cuanto se supere el invierno, no tendrá sentido mantener la sangría humana y material que representa. Cómo se pilote la transición rusa desde la frustración será harina de otro costal.
En Europa, el año previo a la renovación de sus órganos ejecutivos y del Parlamento, seguirá basculando entre la importancia de lo que se decide en la Unión y la sorprendente irrelevancia con que se percibe. El gran problema político de la Unión es la probada incapacidad de sus lideres para contrastar su utilidad. Las presidencias sueca y española no traerán grandes avances porque serán más escaparate interno y, en esas cuitas insoportables, brillarán las irrupciones de Meloni, y los que vengan, no por su excelencia, sino por la incomparecencia pública de la política sensata.
Los Estados Unidos, en el otro margen, no precipitarán nada especial este año porque no hay ninguna elección en el 23. Los demócratas, después de las Mid-Term, pueden ver cómo se destrozan los republicanos desde el peligroso trumpismo y el muy peligroso post-trumpismo, que ya manda. La lectura correcta de los tiempos debería llevar a Biden a situar a Harris en el tablero con su beneplácito, para concurrir cuando toque con una candidata ilusionante frente al recidivo tipo del pelo naranja o el más dinámico De Santis. Si Biden cumple, será de transición. Si se confunde, será de paso.
Un deseo que no se me cumplirá es que Latinoamérica juegue un papel relevante en nuestro tablero particular. Acabar con la torpeza histórica de no estar en el liderazgo del subcontinente sería demasiado pedir, pero apunto, sin mucha fe, que tenemos una oportunidad en la Cumbre de las Américas, cuando llegue marzo, para ponernos en primera línea junto con la consolidación de Petro en Colombia y la recuperación de Brasil con Lula y, desde ahí, construir para el resto.
El escenario, fuera, es de seguir al tran-tran. Ni el cambio climático ni la economía global, esenciales para que algo cambie de verdad, estarán verdaderamente en la agenda. Gobierno discreto del presente, porque, en principio, nadie en el horizonte se anticipa al futuro.
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