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La conversión de Pedro
Ala vuelta del verano nos encontramos con que todo sigue igual, en un mundo que da la impresión de estar empeñado en repetir las mismas tragedias del pasado, pero con diferentes actores. Occidente ha desaprovechado su hegemonía, económica y cultural de los últimos siglos, y no ha logrado construir un sistema internacional con el que la humanidad entera pudiera sentirse identificada y cómoda por pertenecer a él. Rusia, un país en el que la democracia es más una leyenda urbana que una realidad, se ha convertido en la portavoz de quienes se sienten agraviados y excluidos del paraíso occidental. En Estados Unidos han decidido que todo lo que suene a “moderno” es malo, como las vacunas, y que hay que volver a los años en que la solución a los problemas se dirimía en duelos entra pistoleros al estilo del acontecido en el OK Corral, con Trump en el papel de Wyatt Earp. Los musulmanes continúan sin aceptar que el poder reside en el pueblo, que elige a sus representantes a través de elecciones libres y justas; y que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones sin discriminación. China, otra sociedad que ignora las reglas de la democracia, juega el papel de aquellos pueblos bárbaros que aguardaban la caída del Imperio Romano y cuyo triunfo instauró siglos de oscuridad sobre las ruinas de los lugares que antaño habían unido las calzadas, el latín y la filosofía aprendida de Atenas. Es tal el caos, que hasta se ha reabierto el debate sobre la energía nuclear y su utilización. En medio del baile, los radicalismos campan a sus anchas; las mentiras se imponen a la investigación y el análisis plural; al igual que lo hacen los nacionalismos excluyentes a todo lo que suene a cosmopolita. “Nosotros primero”, es el eslogan que refleja lo que somos ahora mismo. Lo que ocurra fuera de “lo nuestro “ nos importa cero.
Políticos y comunicadores lo tenemos fácil si nuestra tarea consiste en destacar lo que no funciona. Hay millones de argumentos para destacar lo que va mal, pero desconocemos cómo hacerlo mejor, inmersos como estamos en encontrar argumentos para alimentar los enfados y las heridas de las que vivimos. Y así no ofrecemos soluciones. Haciendo más de lo mismo el resultado no cambia. Hemos de modificar nuestro modo de pensar y actuar si aspiramos a que la vida sea diferente. Y para ello es preciso empezar reconociendo, humildemente, que nos estamos equivocando.
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