El ejemplo almonteño

La ciudad y los días

Tengo para mí que no le vendría mal a la Semana Santa de Sevilla lo que podríamos llamar una cierta almonteñización. Desde hace muchos años la Hermandad Matriz tiene que vérselas con el gigantesco crecimiento de las filiales, de la romería y de la procesión, sobre todo a partir de los años 60: si en 1961 había 31 filiales, hoy hay 127 más 22 agregadas y 17 hermandades de culto. Pero la esencia del Rocío, con una dificilísima adaptación a los cambios que los tiempos van imponiendo, no se ha desvirtuado. Lo perdido, que los más viejos añoran, es mucho menos que lo conservado.

Creo que en esto hay tres claves. Los esfuerzos de la Hermandad Matriz por adaptarse a los cambios manteniendo lo nuclear. La colaboración de las filiales sumándose a estos esfuerzos. Y uniendo a unos y a otros, la devoción a la Virgen del Rocío de la que los almonteños son padres y maestros como celosos y generosos guardianes, no propietarios. Tiene razón la conocida sevillana: “No hay quien te lleve / como los almonteños, Paloma, / no hay quien te lleve. / Y eso es madre mía, Paloma, / porque te quieren”. No son, por supuesto, los únicos que la quieren. Lo dice quien tiene los más fuertes lazos familiares y amistosos con destacados y anónimos hermanos del Rocío de Triana. Pero sí son quienes, con su ejemplo, enseñan cómo la Santísima Virgen debe y quiere ser querida.

Cuando a Santiago Padilla, presidente de la Hermandad Matriz, le preguntan sobre posibles traslados de la Virgen fuera de la aldea –recuérdese que se declinó la invitación para participar en la magna de Huelva– responde lo mismo: “La procesión de la Virgen del Rocío no puede replicarse en ningún lugar que no sea la aldea del Rocío o las calles de Almonte, cada siete años” (La Razón), “El Rocío no ganaría, y la Virgen tampoco. Las procesiones hay que vivirlas en el Rocío, al pie de Doñana, donde la Virgen lleva siete siglos en los que no ha necesitado movimientos de otro tipo para crecer hasta donde ha llegado. Que no se entienda mal, el que quiera disfrutar de una procesión de la Virgen del Rocío, tendrá que venir a las marismas” (ABC).

Así han logrado que el crecimiento –desde las primeras filiales de la nómina de 1758 hasta las últimas admitidas– no desvirtúe la esencia y que la fiesta no asfixie la devoción.

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