Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Gafas de cerca
Fue hace no mucho, en la punta que durante siglos los paisanos creyeron el "fin de la Tierra", tanto que así bautizaron al enclave pesquero tocado por el naufragio y el rescate y la muerte. Era mi jornada de descanso, como en las grandes vueltas ciclistas, y decidí, en contra de mi costumbre, bajar a la fabulosa playa junto al pueblo. Al comenzar a descender el empinado empedrado hasta la arena, una señora bien arreglada -con unas buenas Reebok-, en sus setenta y tantos, lo culminaba con poca dificultad, llegando a una plazoleta con un cruceiro y dos bancos también de piedra, adonde se encontraban en alto quienes iban para arriba y para abajo. "Me voy a sentar", y se rió, regalando confianza y posible conversación. La elogié. Retomamos nuestros caminos contrarios. A mi vuelta me topé con ella en el mismo sitio: juegos del Santo. Trabamos la conversación pendiente.
"Yo vivo donde usted ve, allá, en San Martiño. Mi padre tenía la casa en lo alto, ¿lo ve?, y con el tiempo yo me hice la casa un poco más abajo en un terreno suyo, ya junto a la carretera. Me fui a Londres a ganarme el dinero para poder construirla, y tuve que dejar a mi hija aquí con dos meses y medio. Un buen puñado de años trabajando mucho y durmiendo poco; aprendí unas palabras en inglés. Yo tuve tres hijos, están por aquí gracias a Dios, me dieron cinco nietos y ya tengo tres bisnietos, es grande la alegría cuando me los traen. Todos los días serenos vengo a Fisterra a pasear. Sufrí un golpe en la cabeza y estuve tres semanas en coma; cuando desperté cantaba todo el tiempo María de la O, me encanta la copla", y se rió de nuevo, ahora a carcajadas. Le pregunté si conservaba al marido. Negó alargando mucho la o, se puso seria. "Fue él quien me dio el golpe, es lo último que recuerdo de él. No, no crea usted, no era agresivo: se volvió agresivo". Cambiamos de tercio, nos despedimos, la miré bajar con su bolsito de mano, su pantalón blanco, sus zapatillas, su blusa, verde mar claro.
Esta semana ha sido de nuevos asesinatos de mujeres a manos de sus hombres. Hay quienes cuestionan esta lacra pavorosa y crónica -que es de género masculino-; recuerdan que hay mujeres aprovechadas que echan a sus maridos de sus casas con una mano delante y otra detrás, o las dos delante y agarrados del codo por la Policía. Una vomitiva mezcla conceptual que enturbia el crimen.
Ella vivió para contarlo. La vi desparecer trocha abajo, hacia el pinar y su orgullo, su casa, en la que pudo haber muerto de un golpe. No fue así, en el caso de Carmen.
También te puede interesar
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
¿Bailas?
Gafas de cerca
Tacho Rufino
La tasa single
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tarde de toros
Lo último