Las leyes son instrumentos, potencialmente útiles, de bulto y detalle. Con la del sí es sí llevamos un periplo oscuro. El bulto es estrictamente el escrito: el sí es sí. En la explicación larga de la ministra Montero, Irene, colocar el consentimiento en el centro de la ley, una suerte de basculación del ordenamiento jurídico penal desde no sé sabe dónde, se presupone que desde la ausencia de empatía con la víctima, obligada a acreditar la violencia (o la intimidación severa) de manera heroica, lo cual no es del todo cierto, hacia la acreditación fácil de ausencia de consentimiento para condenar en materia de agresiones sexuales, lo cual no es del todo seguro. El bulto es dudoso y poco afinado, pero bulto es. No insistiré demasiado en lo jurídico, pero en esto hay más seso y razones, hasta para discrepar, entre quienes cuestionan la norma por su fondo, que en los de sus autoras. En los detalles, donde habita la razón política práctica de una norma, vive el diablo y se entretiene.

El éxito tiene ascendencia, el fracaso es huérfano. Si la ley fuera buena (que no lo es, no solo por sus efectos indeseados, nos dicen, e indeseables, digo, sino por su chapucera factura), Sánchez se habría comido la tajada del melón abierto, con piel y con pipas. Como no, se la zampa Montero, políticamente ingenua, que no lo vio venir, aupada por sus colaboradoras, menos ingenuas y más soberbias, como Rosell, e instigada por sus jefes, instrumentales, como Belarra, y superestructural, eterno Iglesias. El detalle preciso para el tótem total es la verdad política versión Peter: zurrar solo a Podemos le libera, dejar que prenda el fuego para después decir que lo apaga. La reforma, forzada, de un marrón solo lo clarea, no lo convierte en verde.

Un detalle conveniente es saber, menos mal, que el presidente no ha perdido la confianza en sus ministros y ministras. La ley es un proyecto de este gobierno, aunque no lo parezca ahora. El jefe pasa de puntillas, planeando sobre el desastre, como si no fuera con él. Me rechina su tono y su forma: la coalición no está en riesgo, todos mis ministros y ministras cuentan con mi confianza, así, con mis, en primera persona. Todo en primera del singular, salvo la ley, que es del vecino del quinto. Pilar Llop puede estar tranquila.

Un detalle oportuno habría provocado la dimisión de la ministra de Igualdad, alternativamente, su cese, y, finalmente, en ausencia de lo uno o lo otro, la caída del gobierno, al menos tal y como lo conocemos. Nadie dimite, nadie cesa, ninguna componenda artificial se rompe. La aspiración inmediata es tapar el hedor de esta descomposición para que las municipales y las generales no baldeen demasiado la calle donde vive el prócer.

Y, mientras, gentes tenidas por serias referencias progresistas, que saben lo mismo que nosotros y ven lo mismo que nosotros, calladas, vengan días y vengan ollas. Incomprensible y vergonzosamente.

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