Tacho Rufino

Despiporre de la marabunta

Gafas de cerca

Dos fenómenos sociológicos entran en éxtasis al menguar el invierno, y ya siguen desmadrados hasta el final de las calores, que aquí en el meridión pueden llegar hasta noviembre: el turismo y el eventismo. Incluimos en la condición de evento a las fiestas populares y sus manifestaciones religiosas. Eventismo, como usted se habrá supuesto, no existe aún en el diccionario; ya vamos tarde. Aquí propondremos que su sentido sea el del ordeño de la capacidad de una localidad para atraer a gente en bermudas y mochila, desembarcada hasta la hora de la cena en el Barco del Amor, con escapulario identificativo de congresista, disfrazada ocurrentemente en despedidas de soltería, haciendo colas para participar en un concierto múltiple, vestido de sus colores, por no mencionar las anuales fiestas populares de cada localidad. El evento que no cesa. Hermanito del turismo. Los indígenas, a su reserva; salvo en los llamados “días señaladitos”, donde la multiculturalidad explota.

Todo por la ciudad... pero sin la ciudad, ese es el lema de la Ilustración de estos tiempos de no quedarse quieto, es que ni amarrado. Los ayuntamientos más “turistizados” y “eventizados” son aquí Málaga, Sevilla, Granada y Cádiz. Sus munícipes están encantaditos, quizá no saben que son yonquis de la tasa y la marabunta, e incluso zombies de su parque temático. O les da igual. Acuñó Zygmunt Bauman la expresión “tiempos líquidos”, que describe la época en curso, cuyo cambio es volátil e incierto para las estructuras sociales, y causa fragilidad de los vínculos y falta de estabilidad. Los tiempos que corren –corren de aquí para allá, literalmente– más bien van siendo tiempos espesos, donde dominan las masas y su pesado movimiento por las calles.

Dos datos, de Sevilla por ejemplo, calentitos. “La Policía Local busca agentes para cubrir los 88 eventos del fin de semana”. Llame usted a la policía para que vengan a asistirle a su barrio periférico. Espere sentado. El otro: el alcalde cerrará la arteria del carril-bici de la Avenida de la Constitución, para ampliar los veladores y no disturbar a la escorrentía de turistas (que no cuenten milongas, que ya las cuentan cuando se les llena la boca de “movilidad sostenible” ante un micrófono). En fin, un latinazgo de la criminología muy conveniente a estos días de imperio de la marabunta: “Cui prodest?”, “¿a quién beneficia todo esto?”. Y cuénteme que vivimos del turismo y el evento... mientras esperamos la muerte de los sitios donde somos y habitamos.

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