Yo reconozco que he viajado. De hecho, lo hago con toda la frecuencia que puedo por el puro placer de viajar. Es más, tengo la sensación de hacerlo incluso menos de lo que debería. Los que me conocen saben que soy, además de representante de los cuatro fantásticos (ya en retirada, que se valen solos), radicalmente normal, heterodoxo en todo, a ratos abogado, y, siempre, viajero.

Pues en estas me hallo. Cuando tecleo estas letras para la columna, vuelo (creo que por encima de Grecia a estas horas) rumbo al Golfo Pérsico. Dubái es el destino al que razones profesionales, que no vienen al caso ni al espacio, me llevan. Hoy, al leerse esto, andaré allí dos horas más que aquí, intentando explicar lo mejor que sepa y pueda las ventajas competitivas y seguridad jurídica que otorguen tal o cual contrato, pero hoy, al escribirse esto, estoy inquieto y con la zozobra de caminar hacia algo que no es conocido y que descontrolo. Yo me muevo bien, estoy convencido, en la zona de confort occidental que pateo habitualmente, ya sea por oficio o por afición. Pero esto, así, en un avión tan grande; yo, tan cateto; todo el mundo tan acostumbrado; y uno intentando no parecer sorprendido por todo lo que naturalmente debe sorprender a cualquiera que disfrute algo las primeras veces, créanme, me saca un poco del tiesto.

Tengo estudiado el terreno. Hay desierto. Por un tubo. Y edificios enormes, torres de negocios, carriles mil de autopistas ultramodernas, el rascacielos ese que compite con las nubes, las palmeras artificiales que se meten en el mar, las mezquitas, lo que sea de los hindúes, alguna iglesia, cero sinagogas y dólares/euros/dirhams con la facilidad (según dice todo el mundo) que precise el networking de turno, waiting for working indeed someday. Es un desierto de arena, grande, Lola. Tengo dudas y posiblemente prejuicios sobre mi mismo y el derredor fuera de un entorno común. Pero estoy dispuesto a retarme.

Como viajo, conozco. Hasta cuando me confundo. Y como aún no he llegado, aunque hoy ya sí estoy, puedo permitirme la duda, como mezcla de inquietud e ignorancia, de no saber qué hay, además de lo que es evidente, desierto y arena. Ahora, culo inquieto que soy, asumo lo del reto y prometo no quedarme ahí y aprender y contar si supero la duda y el miedo y el desierto y el prejuicio. Y si del desierto (pena, penita, pena) se llega a la gloria o acaso será la gloria otro penar. Lo de cateto no tiene arreglo ni quiero que, en el fondo, forma parte del espectáculo.

Y ya termino, que se acaba la carilla y Grecia también (sobre la isla de Milos, enfilo hacia Ammán, a dos mil millas exactas del destino). Nota para iniciada: si tenías la sospecha de que esto no es ni primo, sea lo que vaya a ser, de lo que sería contigo, estás en lo cierto. Y también te lo cuento, que eso es otro espectáculo.

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