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Los pisos turísticos son un problema para la mayoría de las comunidades de vecinos. No solo afectan en general al aumento de alquileres y desplazamiento de población nativa, también, en particular, a la paz y el descanso a los que todo el mundo tiene derecho. Incluidos los vecinos de un inmueble.
Afortunadamente el Tribunal Supremo ha dictado dos sentencias en las que declara que las comunidades de propietarios pueden prohibir la actividad de alquileres turísticos mediante acuerdos adoptados en junta por unanimidad o, de no alcanzarse, y esta es la novedad importante, por mayoría de tres quintos.
Se les dan así más facilidades a los propietarios para garantizar su paz. A todos nos pueden tocar unos vecinos molestos, poco educados, que planteen problemas de convivencia. Pero esta posibilidad se multiplica por mucho cuando, cada pocos días, la vivienda es ocupada por turistas, unos más educados, otros menos, en un número no siempre controlado y con unas ganas de pasárselo bien no siempre sometidas a las normas más elementales de convivencia.
No se trata de turismofobia, sino de silenciofilia, de legítima defensa del descanso, la paz y cuanto garantiza el bienestar doméstico. “A Man’s House is his Castle” decían los ingleses. Dickens lo representó como sólo él sabía hacerlo gracias a su genio para la caricatura en Wemmick, un personaje de Grandes esperanzas tan seco, frío, reservado y sarcástico en la oficina como amable y cariñoso –“la oficina es una cosa y la vida privada es otra”, dice– cuando se encierra en su minúscula casita suburbial tras levantar el tablón que hace de puente levadizo sobre el pequeño foso que la rodea, disparar un cañoncito y alzar la Union Jack.
Que de la obligación del acuerdo por unanimidad de todos los vecinos se haya pasado a una mayoría de tres quintos para que las comunidades puedan prohibir los pisos turísticos es una importante ayuda que representa, de alguna forma, el foso, el tablón como puente levadizo, la bandera y el cañoncito con los que Wemmick convertía su casita de los suburbios de Londres en su castillo.
Con la desaparición de los comercios de proximidad, la saturación de bares y la toma de las calles por los veladores nada podemos hacer los ciudadanos. Con los pisos turísticos, al menos, sumando las disposiciones del Supremo, la Junta y algunos ayuntamientos, sí.
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