En tránsito
Eduardo Jordá
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Tribuna de opinión
El 8 de septiembre, nueve meses después de la fiesta de la Inmaculada Concepción, celebramos el nacimiento de la Virgen, Madre de El Salvador y nuestra. Todo el calendario cristiano está lleno de fiestas de la Virgen María; hace unos días la veíamos subir al cielo en la fiesta de la Asunción; una semana más tarde, es coronada como Reina. Hoy la contemplamos Niña en su nacimiento.
El cumpleaños de la madre es día de fiesta grande en la familia. Las mamás son el centro del hogar, la fuente de la vida; de la madre viene todo. El amor materno es uno de los sentimientos más profundos que existen. Es un amor desinteresado, incondicional y eterno. Tiene una riqueza inmensa. Es el prototipo de amor, su fuente. De él aprendemos a ser queridos y a querer. Es sacrificado, característica definitoria del amor. Es duradero y fiel. No necesita ser correspondido. La madre ama porque es madre y ya está.
En una sociedad donde reina el sentimentalismo, en la que sentir es la medida de todo, en la que se aplauden los amores rápidos, frágiles y endebles, el amor de madre es referencial. Igual que el metro de platino iridiado del museo de Pesos y Medidas de Sèvres, cerca de París, era la referencia de la unidad de longitud, así, el amor materno enseña lo que es el amor.
Aunque el amor de madre sea incondicional, un buen hijo debe saber corresponder. Las madres se merecen todo nuestro cariño y atención. Nuestro cuidado, cuando comienzan a necesitarlo, igual que los padres. Una sociedad civilizada, avanzada, solidaria, debe empezar por ahí, por el cuidado de los progenitores. Valorando el don de la vida y del amor recibido. Todo ser que se considere persona, es, debe ser, lógicamente, defensor de la maternidad y la paternidad. Del amor filial. Cuidador de aquellos a los que debe su existir y todo lo que tiene: su riqueza emocional y cultural, su fe y su educación. Y eso, aunque hayan tenido defecto y pecados, como todos los tenemos.
El don de la madre es tan grande que, cuando Dios quiso hacerse hombre, lo hizo de una madre, como cualquiera de nosotros. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”, nos dice san Pablo. Jesús necesitó de una mujer para venir al mundo, de sus cuidados y cariño. María siempre estuvo a su lado, en la alegría de las bodas de Caná y al pie de la Cruz. Ahora siguen juntos en el Cielo.
Hasta que nació María, la tierra estaba a oscuras, esperando que diera a luz: "Por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro (Oficio de Laudes). El día de su cumpleaños podemos pedirle que nos regale a su Hijo, para que nuestra vida sea más luminosa y humana, más auténtica".
Me comentaba un amigo, cómo se celebra en su pueblo la fiesta de la Virgen, hoy. La Patrona es la que aúna a todos, para Ella no hay de derechas o izquierdas, viejos o jóvenes, pobres o ricos, gente de Iglesia o no. Todos la tienen por madre; ante Ella, todos son hermanos. Celebran la traída de la imagen de la ermita, la novena, le hacen serenata la víspera, misa mayor y procesión. Todos endomingados para verla. Los padres le presentan a sus hijos para que los proteja y les enseñan a quererla. En todas sus casas está su imagen. Todos se emocionan piropeándola…
Así se quiere a las madres, todo nos debe parecer poco para ellas. No lo olvidemos. Todos los privilegios de la Virgen María tienen su fundamento en su Maternidad divina, en que es Madre de Dios. Su misión, la finalidad de su vida, lo que le da sentido, es darnos a su Hijo. Ella mira al Cielo, busca a Dios y a Dios nos lleva. El Evangelio de la misa del día recoge la genealogía de Jesús según san Mateo, que termina así: "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: Dios con nosotros".
"La relación de cada uno de nosotros con nuestra propia madre, puede servirnos de modelo y de pauta para nuestro trato con la Señora del Dulce Nombre, María. Hemos de amar a Dios con el mismo corazón con el que queremos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los otros miembros de nuestra familia, a nuestros amigos o amigas: no tenemos otro corazón. Y con ese mismo corazón hemos de tratar a María". Estas palabras de san Josemaría nos pueden ayudar a vivir el cumpleaños de la Virgen.
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