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LAS convicciones personales son el conjunto de opiniones, puntos de vista y creencias que tenemos cada persona o colectivo sobre el mundo y todo lo que en él se contiene. Son la expresión de lo que pensamos; de lo que creemos; de lo que estamos seguros y de lo que dudamos; de lo que entendemos como bueno o malo. Y, naturalmente, en función de ese pensamiento, dirigen nuestra vida indicándonos qué es lo que tenemos que hacer o evitar, si debemos reír o llorar ante algo, nos dan las pautas generales para nuestro comportamiento en todos los rincones de nuestra vida (sociales, políticos, laborales, religiosos, festivos…) e incluyen todo lo que sabemos y pensamos, desde los asuntos más triviales y rutinarios de cada día (el sabor de una comida, la sonrisa del vecino, la manera de trabajar en el taller al que llevamos el coche…) hasta las grandes incógnitas a las que nos enfrentamos (si existe Dios, si hay otra vida, o si es honrado o no pagar impuestos…) y los valores que rigen nuestra conducta. El sustrato o la base de donde partimos lo recibimos desde el nacimiento pero luego cada uno, según le van y le vienen las cosas y las informaciones y experiencias que le llegan, va confirmando lo asimilado o modificando algunos ámbitos a lo largo de nuestra existencia. En este sentido toda la vida es puro aprendizaje. Las convicciones personales, llamadas más técnicamente teorías personales, son como un mapa de la realidad del que nos valemos para poder manejarnos.
Las teorías personales no son un añadido, más o menos lustroso, a nuestra personalidad sino un sistema propio de todo ser inteligente para vivir y sobrevivir. Gulliver no murió porque tuvo la capacidad de descubrir de manera inmediata alguna explicación, al menos provisional, de lo que se estaba encontrando. No podríamos subsistir teniendo que disponer a nuestro lado de un tutor permanente que en cada momento dirija nuestra actividad, nuestros pensamientos y hasta el lugar al que debemos dirigir nuestra vista. Por escasa que sea, es imprescindible alguna autonomía vital. Incluso también la tienen los animales en proporción a su naturaleza.
El problema, de acuerdo a lo que advierte Guy Claxton, es que "lo que hago depende de lo que mi teoría me dice sobre el mundo, no de cómo es el mundo en realidad. Pero lo que ocurre después depende de cómo es el mundo en realidad, no de cómo creo que es". Así es que ¡ojo!
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