Los cien días

¿Qué se puede hacer en cien días? Ordenar los papeles, cesar a los antiguos y nombre a los amiguetes

Un entretenimiento, además de instructivo, simpático y sugerente, consiste en leer y analizar en diversos periódicos provinciales la reseña de unos mismos acontecimientos en distintos municipios y localidades. Si se hace una comparación entre unas narrativas y otras, en seguida se aprecian las diferentes y, a veces contradictorias, interpretaciones. No hace falta recordar que el lugar en que se está determina la opinión. Lo dice el sentido común.

Una circunstancia así se ha presentado con la celebración de los llamados cien días de gobierno municipal, presente en casi todos los ayuntamientos. Y que, de entrada, ha tenido ya dos lecturas, la del reciente equipo ganador de las elecciones y la del que pasó a la oposición. Pero ¡curiosidad! No siempre esta condición ha sido la principal determinante de la variabilidad. Por supuesto que el discurso del desplazado del sillón lamente su mala ventura es una consecuencia natural pero esta queja se puede construir de muchas maneras. Y así ha sido. Mas donde se encuentran las mayores diferencias es entre los que llamaríamos vencedores, y aquí resalta la notable diversidad de reacciones (vinculadas a las personas y sin contaminación ideológica). Desde los nuevos equipos: prudentes, sensatos, serenos, con categoría y solvencia que manifiestan estar aprendiendo o que han tenido, por inexperiencia, algún error… hasta aquellos cuya crónica no puede ni leerse porque el periódico empieza a chorrear miel, ambrosía, néctar, en un autobombo que resulta ridículo, estrambótico y caricaturesco.

Pero, ¿qué se puede hacer en cien días? Nada de nada. Un comentarista dice que ordenar los papeles de otra forma; cesar a los antiguos y nombrar a los amiguetes, a los que se le debe un pago y, luego, a gente competente (como la que había), y gritar a los cuatro vientos las perversidades y tropelías de sus antecesores.

Unos recién casados preparan su piso y deciden empapelar el comedor. Hablan con un vecino, que tiene uno igual de grande que el suyo, y le preguntan cuántos rollos tuvo que comprar para esta tarea. Siete, le responde. Así es que los protagonistas compran ese número de rollos y empiezan la faena prevista. El caso es que, cuando han gastado cuatro, ya tienen la misión cumplida e inquieren al vecino: "Te hicimos caso y nos han sobrado tres rollos", le preguntan con queja. "¡Anda! ¡A vosotros os ha pasado lo mismo que a mí".

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