Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
Su propio afán
Me avisan de que, ya que soy un señor carca, tengo que estar muy enfadado porque Amaral, que es una cantante famosa, ha enseñado, reivindicativamente, sus pechos en un concierto “para que no nos quiten la libertad a las mujeres”. Aprovecho la ocasión y veo el vídeo. Compruebo que no me siento en absoluto molesto, aunque, como soy muy respetuoso con los roles y la jerarquía, me pregunto si debo. Decido que no.
En los medios y en las redes insisten muchísimo en alabar la audacia de Amaral (vale) y en pedirnos a los señorones que no nos enfademos (vaya). Yo iba a repetir que no estoy enfadado hasta que me digo: “Quieto parao”. Vuelvo a ver el vídeo y las fotos. Y a leer más comentarios. Ah, ya lo entiendo.
Queriendo o no, hay un truco aquí, como cuando en una discusión el contrincante te dice: “No te pongas nervioso” o “no grites” o ambas cosas a la vez. Tú dices con voz baja que estás tranquilo, pero el rival vuelve a pedir por favor que te calmes, que él no está sordo. Es la versión dialéctica del cuento de la buena pipa. Como no gastes cuidado terminas gritándole, con un nerviosismo inducido, que estás hablando en silencio y que además no has estado más tranquilo en tu puta vida. Hay que evitarlo. Si no te andas con tiento, te autorrealizan su profecía y encima te dicen al final: “Ya te lo dije”.
La segunda treta es tremenda también. Cabe que uno tenga muy avivado el sentido de la verdad. De modo que, aunque lo de Amaral le da prácticamente lo mismo, dicho sea con todo respeto y sin faltarle a sus senos, que es lo que se supone que debe decir tal vez un señor educado, viendo que lo quieren convertir en un gesto revolucionario y en un hito del verano político, sí que te pueden entrar más ganas de discutir la operación. ¡Si hasta escribí un artículo glosando el profundo conservadurismo de las cantarinas cántaras de Rigoberta Bandini! Pero he aquí una segunda profecía que, si te descuidas, se autorrealiza más rápido aún. Como empecemos a discutir el gesto político de Amaral lo convertimos en político, no por el hecho, sino por el eco.
Obsérvese qué bien están tendidas las trampas. Si insistes en que no te enfadas, pareces enfadado. Y le das un cariz político si argumentas que su significación política es nula, sin menoscabar las tetas en sí de Amaral o como ustedes prefieran que las llame, que a lo mejor les gustan más senos o pechos, que yo ya me pierdo, y todo me vale.
También te puede interesar
Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
El habitante
Ricardo Vera
Suresnes
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Libros antiguos
La ciudad y los días
Carlos Colón
Los nuevos leviatanes
Lo último