Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Amo a mi país, pero no lo reconozco en este momento”. Lo ha dicho Angelina Jolie en el Festival de San Sebastián. En París, este fin de semana, con un humor ácido y muy crítico, cientos de personas salieron a las calles contra la tibieza de Francia ante el genocidio de Gaza. En una de las pancartas podía leerse (les traduzco del francés): “Si hubiéramos querido un Gobierno que nos jodiera, habríamos elegido a Brad Pitt”. Con perspectiva, tal vez se conviertan en unos de esos momentos colaterales y (aparentemente) menores que más contribuyan a cambiar las cosas.
La cultura siempre ha estado en los márgenes pero nos olvidamos de que es nuestra propia Historia la que nos ha demostrado, una y otra vez, que los cambios profundos, los estructurales y perennes, tienen que venir desde abajo. Como los simbólicos. Porque se cuelan en el imaginario y nos ayudan, incluso a los más incrédulos, a decir “basta”.
En todos los conflictos y procesos de reivindicación siempre se produce una tensión, legítima, entre lo importante y lo complementario. Les pongo un ejemplo que siempre me ha inquietado: la lucha feminista. ¿Priorizamos, por ejemplo, el lenguaje inclusivo o la batalla por la igualdad salarial? La respuesta sería evidente, la objetividad y pragmatismo del sueldo, si las mujeres no lo tuviéramos todo en contra, si no viviéramos en una sociedad que hemos inventado entre todos para otorgarle las posiciones de privilegio y poder a unos.
En Nueva York ha comenzado la Asamblea de Naciones Unidas con la guerra en Gaza en el centro del debate. Con Guterres diciendo bien alto y claro que “la magnitud de la muerte y la destrucción en la Franja superan a cualquier conflicto de la última década” y con Trump advirtiendo que “reconocer al Estado palestino es un premio para los terroristas de Hamas”. Sumen a las declaraciones la realidad de los vetos y de los intereses geoestratégicos y llegaremos a la conclusión, frustrante e impotente, de que no hay solución.
Pues esta columna es para decir BASTA. No vamos a mirar para otro lado, no vamos a pensar que nuestras acciones no sirven para nada, no vamos a restar importancia a quienes tengan el arrojo de decir lo que piensan. Acabo de adherirme a un “manifiesto en solidaridad con el pueblo palestino”. ¿Para nada? Tal vez, pero me vale para ponerme de un lado de la historia. Al menos hoy voy a creer en la fuerza de la gente, en nombres y apellidos que, desde la insignificancia de lo anónimo, son capaces de empujar para cambiar las cosas.
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