De reojo

Ángela Alba

aalba@eldiadecordoba.com

Mi barrio

Lo que era un suburbio, en la actualidad es una de las zonas más caras para comprar un piso de la ciudad

Los barrios son el alma de una ciudad, el reflejo de sus gentes y pequeños escenarios en los que la vida pasa entre los que observan y los que caminan a toda prisa. Jubilados, trabajadores, parados, niños y amas de casa transitan por unas calles que son cómplices de amistades, cotilleos, discusiones y dramas. Los barrios son los primeros que sienten los cambios sociales y los que se ven obligados a transformarse al ritmo que lo hace Córdoba, una ciudad que en las dos últimas décadas no ha parado de expandirse.

Mi barrio está en una de esas zonas de expansión y, aunque ahora todo es más moderno y parece más bonito, yo echo de menos el ambiente que tenía en mi niñez, cuando estaba lleno de casitas, los vecinos se sentaban en sus puertas en verano, se hacía comunidad, que en algunos casos era casi hermandad, y los niños jugaban en la calle. Cuando las casas fueron derumbadas para hacer nuevas construcciones, también lo hizo una parte de la historia del barrio. Lo peor de todo es que esa memoria también está desapareciendo con los mayores que ya no están y que son los que levantaron esta zona de la ciudad que entonces era un suburbio al otro lado del paso de las Margaritas. Gente que en su mayoría trabajaba en el campo y que, con su tesón, logró levantar un lugar en el que viviera su familia, aunque el techo fuera de uralita y el suelo de tierra. Con los años y mucho trabajo a sus espaldas, consiguieron dignificar y hacer más habitables esas casas que comenzaron a desaparecer a principios de los años 90 para que, en ese mismo lugar, las constructoras edificaran bloques y urbanizaciones.

El arroyo del Moro desapareció; ya solo queda su nombre en una de las avenidas que lo cubren. También pasaron a la historia el Cortijo del Cura y sus huertas, que eran casi un oasis dentro de la ciudad; y los terrenos de lo que había sido la Huerta del Sordillo, que ahora ocupan un jardín al que le han puesto su nombre y más pisos.

Tan solo un bloque ha resistido el cambio radical que ha vivido el barrio en los últimos 25 años y que ha convertido lo que en la década de los 60 era un suburbio en una de las zonas más caras de la ciudad para comprar una vivienda. Esto ha hecho que muchos vecinos de toda la vida, los niños que jugaban en sus descampados en los 80 y los 90, nietos de esos mayores que levantaron el barrio, se tengan que marchar a otras zonas de la ciudad y con ellos se vaya también parte de esa memoria colectiva.

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