Auténtico

12 de diciembre 2025 - 03:06

Estos días Spotify ha compartido con sus usuarios el resumen del año. Ellos saben cuántos minutos has estado escuchando música o podcasts, quiénes son tus artistas favoritos, cuál es tu edad según tus gustos musicales. Probablemente sepan otras muchas cosas que prefieren no contarnos y con las que hagan negocio.

¿Pero lo saben de verdad? Lo que saben es todo lo que les permiten sus datos, todo lo que en nuestra vida puede cuantificarse. No saben en qué situación nos encontramos cuando escuchamos, cuáles son nuestros recuerdos o nuestros pensamientos, qué memorias asimilamos a qué melodías, cuánta atención prestamos, qué buscamos, qué tratamos de olvidar.

En lo que escuchamos se guarda, imperceptiblemente, una huella del tiempo. Por eso la música de King Crimson o de Triana lleva a mi padre a los años setenta, igual que mi abuela es de nuevo joven cuando escucha a Juanita Reina. Y por eso, cuando supe de la muerte de Robe Iniesta, volví de nuevo a la facultad de Periodismo, a esos años llenos de incertidumbre y de lecturas y de alcohol de garrafón, cuando descubrí a Extremoduro.

Dicen que El viaje íntimo de la locura, la única novela de Robe Iniesta, es un libro ilegible, alambicado, torpemente lírico. Donde Robe funciona es en la música. El brillo no se perdía por muy largos que fueran sus temas, como esos experimentos deliciosamente interminables de discos como La ley innata o Mayéutica. Uno sabía al oír La vereda de la puerta de atrás o Jesucristo García que aquel era un talento rabioso, irrepetible, sin fórmulas, auténtico.

Mucho de lo auténtico se presenta con una cascarilla de verdad que, en el fondo, suele ser oportunismo, pose o estudio de mercado. Extremoduro era auténtico porque le cantaba al amor y a la vida sin esconder su parte animal, guarra, cafre y cruel, la oscuridad del deseo y el odio, la ternura y la autodestrucción. Te creías sus letras, y lo hacías también porque su música estaba viva. Sus canciones echaban a volar y empezaban a describir giros por su cuenta, como impredecibles pájaros. Cada canción llevaba muchas veces varias canciones dentro. Su música era una aventura, y era de las pocas que, milagrosamente, nos ponían a todos de acuerdo. Era buena, era verdadera. Y fue nuestra vida. Por eso todos, con Robe, nos hemos muerto un poco.

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