Casi sin eco mediático, Ciudadanos celebró el pasado fin de semana su convención nacional. Averiguar por qué se derrumba hoy un partido que hace apenas nada despertó la ilusión de tantos electores exigiría, creo, un largo y riguroso estudio. Mucho tienen que ver, desde luego, sus propios errores. Se tomaron demasiadas decisiones equivocadas, desde el yerro funesto de Rivera -que pudo gobernar y no quiso- hasta esos malabares incomprensibles en gobiernos autonómicos y municipales que continúan agravando la herida. Tampoco es que la formación gozara en instante alguno de esa mínima cohesión interna indispensable para fortalecer su credibilidad.

Pero, junto a ello, tienen razón sus dirigentes cuando afirman que no es fácil ser liberal en España. Si jamás lo fue, aún lo es menos en una coyuntura en la que las orillas se alejan hasta hacer inviables los puentes. Vivimos en un país que de nuevo cabalga aceleradamente hacia un bipartidismo ideológico, de modelos radicalmente dispares, en absoluto intercambiables. La deriva social comunista, que está triturando los valores socialdemócratas, convierte en utópica la función de un partido que aspira a cerrar huecos y a favorecer una serena y sensata alternancia.

La polarización de la política española, la total ausencia de espacios de encuentro, el hecho mismo de que, en este momento, pilares básicos como el marco constitucional estén en entredicho, dificulta sobremanera el proyecto de Ciudadanos. El conmigo o contra mí, consigna que prende por la derecha y por la izquierda, deja sin aire y sin adeptos a cuantos apelan a la validez de un centrismo, considerado ahora traidor por unos y por otros.

En esas condiciones, todo alcanza cierta lógica: entregar más poder a Sánchez y a Podemos será visto por un buen número de compatriotas como una posición peligrosamente anticonstitucional. Acercarse al PP se entenderá por otros tantos como una señal de conservadurismo y de antiprogresismo. Así son los tiempos que corren y, ante esto, no hay fuerza política no binaria que sobreviva.

Añádanle la lacra del transfuguismo, que golpea día sí y día también al partido naranja, y díganme después si quedará alguien que lo reconozca como una opción consistente, de rumbo claro, filas entusiastas y futuro verosímil.

Dice Arrimadas que "no se puede vencer a quien nunca se rinde". Ni falta que hará. La historia -ella debería saberlo- está sembrada de cadáveres perseverantes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios