Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Que tus abuelos no te besen

En la pandemia, el tristón y el tacaño pueden erigirse en jueces 'morales'

Quién no ha echado una lagrimilla con el montaje de recortes censurados de besos de películas al final de Cinema Paradiso, con el agravante de la música de Ennio Morricone? En esta época en que los besos están proscritos, aquellos morreos peliculeros resultan de un simbolismo casi pecaminoso, pero no se echan tanto en falta como los de andar por casa, o mejor dicho, de andar por la calle: los habituales -lo eran, ¿lo volverán a ser?- al toparse con familiares y amigos después de un tiempo sin verse, o incluso por norma, según con quién. No poder besar a los abuelos, y ser besados por ellos, es una condena de estos tiempos feos. Uno percibe que hay gente que está feliz con las restricciones que la epidemia impone al contacto físico, al viajar, al disfrutar en bares y restaurantes: esta pandemia está dando una oportunidad de oro a agarrados, desaboridos, confinados de siempre y muermazos en general, que de estar rabiosos y en un callado "fuera de juego", en un silencio hemorroidal, pasan a erigirse en cánones de comportamiento y hasta en jueces castigadores de los vividores. No es verdad que todos estemos viviendo mal la pandemia en las cosas del relacionarse con otros. La protestantización de las costumbres, impuesta por las circunstancias a los meridionales, es aplaudida con morbo por quienes no son de calle ni de contacto.

De otra parte, la invaginación de los usos y hábitos que estamos sufriendo proscribe el besuqueo, el abrazo y el manoteo, pero ha dado una oportunidad a los que han convertido su vida en un avatar en las redes sociales. Vivimos una segunda existencia, paralela a la que ronca y va al váter, y que querría emerger de nuestro monótono día a día, o sencillamente tiene el vicio de mostrar al mundo, o sea, a los contactos (y a los Grandes Ojos que nos observan) una vida creativa, rodeada de amigos interesantes, o una profesión quizá impostada (nada que ver con quienes se promocionan profesionalmente y trabajan en y con las redes, y no hablo de pescadores). Más allá de la ternura y la comprensión, incluida la autoindulgencia, que pueda producirnos el vicio de gustar y encantar a otros desde una pantalla, esta nueva forma de relación ha sido potenciada por la reclusión y el distanciamiento social impuestos por la necesidad. ¿Volveremos a ser como antes, y a seducirnos, gustarnos y conocernos cara a cara? No será tan fácil; igual no será. Aunque uno se divierte elucubrando con excesos fiesteros, puñados de camarones compartidos, viajes sin freno, infidelidades y hasta orgías allá por verano de 2021.

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