Vamos tarde. Las luces de Navidad llevan ya días encendidas en la ciudad. La lluvia y el frío han hecho brotar las setas y nosotros aquí, sin desempolvar las bolas para colgar en el árbol. Los amigos llevan con los belenes colocados semanas, incluso Nacho me envió foto del suyo de Playmobil. Y es que la semana ha sido de sí, pero no. Quiero decir un día sí y otro no, lunes que parecen viernes, miércoles que saben a sábado y, claro, quienes no tenemos horario sabemos que ése es el peor de los horarios posibles.

Ayer que fue sábado de verdad, se celebró el Día Internacional de los Derechos Humanos y así, tras una primera mirada, no parece que hayamos llegado a un mínimo aceptable de decencia en el mundo. Seguimos yendo tarde. De los 2.200 millones de niños y niñas que viven en el mundo, mil millones lo hacen en la pobreza y, de éstos, 600 millones en la pobreza extrema. Más de 24.000 personas mueren cada día de hambre en el mundo. El 75% de estos fallecidos son niños menores de cinco años.

Claro que la Declaración aprobada en 1948 no es un documento obligatorio o vinculante para los estados. A ver, así, a boleo… Artículo 25: "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…". A alguien se le olvidó incluir la coletilla "siempre y cuando hayas tenido la suerte de nacer en el país adecuado" y, ya dependiendo, puedas pagar una hipoteca, la luz o un seguro médico. Y si decides marcharte porque en tu país no se respetan las libertades, están en guerra o no hay nada que echarse a la boca, tampoco lo vas a tener fácil. Los líderes emergentes parecen más preocupados por endurecer fronteras y políticas de asilo que en colaborar para que estos derechos sean realmente universales. Recuperar algo de internacionalismo igual no estaría de más. Decía Woody Allen en su película Annie Hall que no podía ser completamente feliz si había alguna persona que sufría en el mundo. Yo voy a buscar la sonrisa curativa de Joaquín y a anestesiarme un poco poniendo el árbol de Navidad.

Llevamos un siglo de hermosos discursos con inspiradas miradas al fondo del auditorio que se agotan al salir. Todo porque alguien decidió que para que haya ricos debe seguir habiendo pobres. Y aún me preguntan por qué soy socialista. Si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo.

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