De reojo

Ángela Alba

aalba@eldiadecordoba.com

Tomar el fresco

La costumbre de salir a la puerta de la casa en las noches de verano era una forma de socializar

Con las altas temperaturas que estamos sufriendo estos días -y los que nos esperan- me viene a la memoria la bonita costumbre de tomar el fresco en la puerta de las casas. En Córdoba capital es una tradición que prácticamente se ha perdido al convertirse casi todos los barrios en mazacotes de bloques y también por el desapego que hay entre los vecinos. Sin embargo, cuando era niña las noches de verano no se entendían sin salir a la calle a tomar el fresco. Esto se traducía en sacar a la puerta de la casa unas sillas, un abanico y charlar con -casi- todo el que pasaba.

Mis abuelos salían a tomar el fresco y también lo hacían los vecinos que vivían en la larga hilera de casitas que había enfrente suya. Daba igual que el calor fuera asfixiante (aunque no lo recuerdo tanto como ahora) porque al caer el sol y después de cenar era más atractivo salir a la puerta que ver la tele en el salón. Allí se compartían algunas historias y muchos recuerdos sobre el pasado, sobre cómo eran aquellos tiempos y cómo habían cambiado las cosas. Si muchas de esas personas que hace años que nos dejaron vieran hoy en día la transformación que ha sufrido la zona, no se lo creerían.

Esto hacía que el camino que había entre la casa de mis abuelos y mi casa estuviera lleno de paradas cada noche. Ya fuera con mi madre, y sobre todo si iba mi abuela, siempre había una excusa para pararse, preguntar por la familia y charlar un rato hasta que llegábamos a la siguiente casa donde hubiera alguien amigable tomando el fresco. La duración de la parada era directamente proporcional a la amistad y el aprecio que se tuvieran los interlocutores. A mayor complicidad, más probabilidad había de que la conversación se extendiera.

La costumbre de salir a tomar el fresco iba más allá de aliviar el calor del verano cordobés; era una forma de socializar con la gente del barrio, de compartir y de escucharse. Era el símbolo de lo que significa la convivencia y la buena vecindad, que hoy en día casi se ha perdido. La primera causa ha sido la desaparición de las zonas de casas y su sustitución por bloques de pisos, a lo que hay que añadir que las nuevas generaciones son (somos) más independientes y, normalmente, no quieren mantener contacto con el que vive en la puerta de al lado. Solo los mayores y los vecinos antiguos conservan esa relación de cercanía que está destinada a desaparecer con el paso del tiempo y el ritmo frenético de la sociedad en la que vivimos.

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