Tipología del lector

Ningún lector sale igual de un gran libro, pero se puede ensayar una taxología

Me manda una amiga una tipología del lector, pero tan mala que ella (¡y yo!) entramos en las seis categorías. No son excluyentes. No me lo manda por diversión, sino para darme trabajo. Quiere que intente una.

¿Un decálogo? El primer lector es el desiderativo, esto es, al que le encantaría leer -te lo explica largo y tendido-, pero no le da la vida. Compra libros o no, eso es sólo una subdivisión. El segundo tipo es mitológico: el que lee para matar el tiempo. Es el preferido de las campañas de fomento de la lectura. "Cuando no sé qué ponerme, me pongo a leer", reza un cartel de la editorial SM. El problema es que en este mundo del entretenimiento continuo hay muy poco margen para el aburrimiento. Y otro problema es que quien está aburrido no tiene remedio: el aburrimiento es endógeno, y se aburre también de leer. El tercer tipo es el que se gusta leyendo. Escoge novelas voluminosas como un espejo de cuerpo entero. Le encanta lo muy lector que es. Por número de páginas, desde luego. Está a la última de los best-sellers. Es el best-buyer. El marketing lo o la adula. El cuarto es el lector utilitarista. Lee por aprender. Manuales o, si tiene miras más altas, ensayos. La ficción le deja frío.

No hay quinto malo. Es quien leyó un libro (quizá obligado en el colegio) y adora ese libro. Es su referencia. Es un tipo de lector que enternece; y uno querría amar así cincuenta o cien libros, tanto como él el suyo. El sexto es el lujurioso. Le desazona no haber leído ya el último que se le cruza. Su ansiedad es contraproducente y le distrae. (Me temo que yo…)

El séptimo lee para vivir aventuras, como con las novelas de adolescencia (que relee). Todos lo añoramos y las campañas de lectura sacan mucho partido del libro como puerta de acceso a otros mundos, etc. El octavo, en cambio, se inspira en las aventuras que lee para vivir las suyas. Asume el peligro en primera persona. Es Alonso Quijano y es Catherine Morland, sublimes advertencias, que uno, si se descuida, termina a su vez imitando. En noveno lugar está el Caballero del Verde Gabán y, desde luego, Azorín, que se hacen alrededor, gracias a la lectura, un silencio muy hondo donde escuchan su alma. El diez es el que, como Quevedo en su Torre de Juan Abad, el mejor cálculo cuenta en la lectura que le perfecciona, conversando con los difuntos y oyendo con los ojos a los muertos. Jiménez Lozano los llamaba gentlemen & friends.

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