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En ciudades como Córdoba o Sevilla, o en muchas otras donde el cambio climático ha roto las reglas, determinados días del verano se convierten en un infierno. Sólo en esos momentos a los del Sur nos gustaría haber nacido en Alaska. Pero ese calor inhumano, aunque haya quien no se lo crea, también tiene su punto: la prueba es cómo cotizan de alto entre los turistas las fotos bajo termómetros que marcan hasta 50 grados. Muchos se ríen y hacen el chiste de turno sobre lo exagerados que son los andaluces hasta que lo comprueban en sus carnes y no tienen más remedio que buscar la sombra y cancelar la excursión que insistieron en contratar a pesar de las negativas del guía que, encima, ha soportado previamente el comentario jocoso que apunta a otro cliché, el del vago con alergia a trabajar...
Pero aún así, hay quien desafía los límites de su organismo y busca una experiencia más. ¿Qué es si no el turismo? Experiencias. Este atractivo es difícil de entender para quienes están en la calle por obligación, esto es, trabajando o desplazándose por fuerza mayor. Pero para gustos, colores y calores. Hay quien piensa que visitar Galicia sin que caiga una sola gota no tiene gracia y, por tanto, tampoco la tiene conocer Andalucía en primavera sin que huela a azahar o en agosto sin que hierva el asfalto. Luego está eso de que cada uno veranea cuando puede o lo dejan, al margen de la pandemia. Y, de hecho, el sector se reinventa continuamente para romper la estacionalidad y ofrecer alicientes al visitante en cualquier época del año. Los hoteles programan ocio en azoteas y hasta venden habitaciones para la siesta y la intención no es explotar el tópico, sino proteger al foráneo de las horas prohibidas.
Si está de turismo en Andalucía esta semana no se arrepienta. Sobrevivir es posible con 46 grados a la sombra, sólo tiene que adaptarse al medio y dejarse aconsejar. De entrada olvídese de los termómetros callejeros o, al menos, entienda que la temperatura que marcan no es real. Hay una explicación física que distorsiona la temperatura hasta diez grados.
Y confíe en el sector turístico y en su poder de innovación. No basta con aspersores, jardines verticales y otros refugios climáticos. En determinadas zonas habría que adelantar los horarios de apertura, regular el tránsito de personas a determinadas horas y condiciones climáticas y evitar así el despilfarro de energía. Un museo abierto a las 3 de la tarde con 45 grados en la calle será un desierto congelado a juzgar por la potencia del aire acondicionado. Se puede morir de calor, y estos golpes son fácilmente evitables; pero también asfixiados en costes. Y no está el clima para mucho despiste.
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