La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Raphael

Ningún cantante español se ha ganado a pulso tanto respeto, incluyendo quienes antes lo caricaturizaban

Para celebrar sus 60 años sobre los escenarios el casi octogenario Raphael lanza un nuevo disco, protagoniza el documental Raphaelismo, inicia una gira de conciertos por España y América y se prodiga en entrevistas radiofónicas y televisivas. Ningún cantante español -salvo Serrat, que nació el mismo año- ha tenido tanto éxito durante tantos años. Y ninguno se ha ganado a pulso tanto respeto logrando una unanimidad que incluye a quienes antes lo caricaturizaban y hasta despreciaban. Es mérito de su profesionalidad, tenacidad e inteligencia para auto crearse, primero, y reinventarse, después, siempre en fidelidad a su estilo. Y también de otros dos grandes de la música.

En la contraportada del single que contiene Yo soy aquel y La noche se lee: "Arreglos y dirección de orquesta: Frank Ferrar". Y en el de la banda sonora de Digan lo que digan: "Orquestación y dirección: Manuel Alejandro", que también compone tres canciones que se completan con Mi gran noche de Adamo. Raphael tuvo la suerte de tenerlos al servicio de su voz.

Manuel Alejandro es el mayor talento de la canción española tras las edades de oro de Quintero, León y Quiroga, Solano, Ochaita y Valerio, Mostazo y Perelló o, en otro registro, Algueró. Y el tal Frank Ferrar resultaba ser Waldo de los Ríos. Sobre su talento dejo la palabra a Astor Piazzola: "Podría decir como el tango: Tres amigos siempre fuimos. Lalo Schifrin, Waldo de los Rios y yo. Uno arrancó por el jazz (Lalo), otro por el folclore (Waldo) y yo por el tango. Por la edad yo fui el primero en emigrar, en 1954; Lalo creo que se fue en el 58 a Estados Unidos y Waldo en el 60 recaló en España". Esa fue nuestra suerte y su desgracia. Astor fue el genio del tango moderno. Lalo uno de los más destacados compositores de Hollywood. Waldo, en cambio, dio a la música española mucho más de lo que recibió. Dinero sí, mucho, tanto por sus extraordinarios arreglos para Raphael, Miguel Ríos, Karina o Jeanette como director artístico de Hispavox, sus orquestaciones pop de clásicos y sus bandas sonoras. Pero era más que eso. Tenía tanto talento como su amigo Schiffrin, pero el Madrid de los años 60 no era el Nueva York en el que este se unió al quinteto de Gillespie o el Hollywood en el que trabajó con Jewison, Yates, Siegel o Eastwood.

Raphael, una fuerza de los escenarios, hubiera sido igualmente grande sin ellos. Pero lo fue más gracias a ellos.

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