Rafa Castaño

Si en la vida política hubiera una centésima parte de la altura moral que dieron Rafa y Orestes, viviríamos en un país sensato

En alguna de sus vidas anteriores, Rafa Castaño vendía libros en la planta de ensayo en la librería Caótica, que está en el centro de Sevilla (en la calle José Gestoso, para ser exactos). Dicho sea de paso, la calle José Gestoso es el Aleph de Sevilla: si Sevilla cupiera en una esfera diminuta como la del cuento de Borges, esa esfera estaría enterrada muy cerca de la librería Caótica, entre la Casa de las Planchas y la tienda de belenes y temas cofrades, allí mismo, en plena calle José Gestoso. Pues bien, en la planta de ensayo de la librería, casi en el altillo, allí estaba Rafa. Estoy seguro de que en sus horas muertas cogía cualquiera de los libros que había en los estantes y se lo leía: Adam Smith, Jung, arqueología egipcia, minerales del Perú, lo que fuera. Una vez me encontré a Rafa Castaño con un grueso volumen dedicado a la vida del millonario Rockefeller. Rafa me explicó que aquel libro era un tesoro de información: política norteamericana, historia contemporánea, economía mundial, personajes importantes del siglo XX... Yo miré el libro con aprensión -no era un libro grueso, sino realmente obeso-, pero Rafa me tranquilizó: "Es divertidísimo. Lo tiene todo. No puedes dejar de leerlo". El otro día, cuando Rafa Castaño ganó el rosco de Pasabalabra, me lo imaginé reconcentrado en sus miles de lecturas y en sus miles de horas de estadio. Reconcentrado, atento, reteniéndolo todo como si tuviera el Aleph misterioso en el fondo de su prodigiosa mente.

Lo primero que hizo Rafa Castaño al ganar Pasapalabra fue felicitar a su contrincante, Orestes, ese duelista contra el que llevaba compitiendo durante meses (¿o eran años?), igual que aquellos duelistas del cuento de Joseph Conrad -Feraud y D'Hubert-, los dos tenientes, los dos húsares y los dos empeñados en batirse en duelo una por una antigua afrenta que ya ninguno de los dos recordaba muy bien. No sé si se ha hablado lo suficiente de este detalle, pero Rafa Castaño nos dio una extraordinaria lección moral al reconocer el mérito de Orestes, su contrincante, su duelista, su sombra durante todo este tiempo. Si en nuestra vida política -ese apestoso reñidero de gallos- hubiera una centésima parte de la altura moral que exhibieron Rafa y Orestes, viviríamos en un país sensato y justo y admirable. Lástima que nos haya tocado el reñidero de gallos.

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