La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Alto y claro
Las dos grandes obligaciones de un jefe de Gobierno, como las de un empresario o las de un cabeza de familia, son gestionar el presente y proyectar el futuro. Estas, de una u otra forma, engloban todas las demás que puedan tener y son también la forma de medir el éxito o el fracaso de una carrera política o de una trayectoria vital. Desde este punto de vista, no hay que sorprenderse demasiado por el hecho de que Pedro Sánchez haya promovido una especie de gigantesco informe de prospectiva sobre cómo debería ser España a la altura de 2050 y haya contado para ello con especialista en todos los ámbitos que se han analizado. El resultado de este trabajo seguro que tiene alguna utilidad como instrumento de planificación, por más que vivamos ahora inmersos en una situación, la creada por la pandemia, que nadie era capaz de prever hace sólo dos años y que nos ha demostrado que cualquier previsión de futuro está expuesta a un montón de factores aleatorios que no somos capaces ni de imaginar.
Informes como el que se presentó la semana pasada son más o menos habituales en muchos países y no dan lugar a encendidas polémicas ni hacen salivar a tertulianos y columnistas. ¿Por qué en España es diferente? Pues por dos razones: la primera es porque aquí el nivel del debate político hace que se utilice cualquier cosa para arrojársela al rival a la cabeza y la segunda, y principal, es porque en España vivimos en el imperio de la propaganda. La legión de asesores que rodea a Pedro Sánchez, con el apoyo entusiasta del propio presidente, convirtió el acto en una especie de ceremonia de culto a la personalidad en la que lo que era de verdad importante era el propio Sánchez y todo lo demás era secundario.
El acto de 2050 no ha sido una excepción sino una confirmación más de la regla. Si ya antes la propaganda y el engrandecimiento del líder informaban de toda la actuación del Gobierno, tras la derrota de las elecciones de Madrid se están alcanzando cotas que rozan el paroxismo. Ahí está, por ejemplo, la patética cuenta atrás de los días que quedan hasta la de la inmunización de grupo en España o el empeño del presidente por convencernos a todos de que lo único que no hace con respecto a la campaña de vacunación es ponernos la inyección él directamente.
La propaganda no deja de ser una muestra de debilidad que han utilizado todos los gobiernos para disimular su falta de efectividad y para lavar el cerebro de la ciudadanía. Nos tememos que aquí se está siguiendo el mismo patrón.
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