Quousque tamdem

Luis Chacón

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Practicidades

Hacer algo por los demás sin contar con ellos, deviene en un mal muy superior al bien que se quiso generar

El estadounidense O. Henry está considerado uno de los grandes maestros del cuento por sus finales sorpresivos y su enorme capacidad para retorcer situaciones imposibles. En una de sus narraciones más extraordinarias titulada El regalo de los reyes magos, nos cuenta la historia de Delia y Jim, una joven pareja de enamorados que comparte su magra suerte en un pisillo del Nueva York de la inmigración masiva que el autor define como antro de mendicantes. La historia sucede en Navidad. Ambos, aún sin tener más que unos centavos ahorrados quieren corresponder al amor del otro con un obsequio. Y los dos tomarán una decisión radical. Delia venderá su hermoso pelo por veinte dólares y Jim el reloj de bolsillo que había heredado de su padre. Pero querrán los hados, o más bien las brujas, que al intercambiarse los regalos, Jim reciba una hermosa cadena de platino para su reloj y Delia unas peinetas. Las mismas que había contemplado en un escaparate de Broadway: unas preciosas peinetas de carey adornadas con piedras preciosas y el tono justo para casar de maravilla con su hermoso pelo.

Desde la primera vez que lo leí, este cuento me ha parecido un paradigma de determinados comportamientos humanos más que habituales. Siempre me ha llamado la atención como, en tantas ocasiones, hacer algo por los demás sin contar con ellos, deviene en un mal muy superior al bien que se quiso generar. Algo nada extraño en la vida diaria y mucho menos aún en política. Tratar a los demás como menores de edad con los que no hay que contar porque nosotros sabemos mejor que ellos que es lo que necesitan y en qué momento y de qué modo y manera, me resulta absolutamente deplorable. Pero también me subyuga la simpleza de Jim cambiando el reloj por el obsequio y la excepcional practicidad de Delia cuando, a la vista de las peinetas que tanto había ansiado y tras un extasiado grito de alegría al que suceden unas cuantas lágrimas se palpa su pelo corto y piensa en voz alta, “¡Mi cabello crece muy aprisa!”.

Como bien dijo Benjamin Franklin, “sólo hay dos cosas ciertas en la vida, la muerte y los impuestos”. Respecto a la primera poco hay que hacer, pero en lo relativo a los segundos esperemos que los gobiernos nos corten el pelo aunque sea a cambio de unas peinetas y no nos quiten el reloj para darnos una cadena. Menos aún si el que le suceda nos promete devolvernos el reloj exigiendo como contrapartida la cadena.

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