Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Pisos patera

AHORA que sufrimos con la crisis, que estamos y vivimos en la crisis, puede parecer que se ha angostado el camino risueño hacia mañana, que no hay mañana fuera de la crisis. Todo se nos agolpa, se colapsa, todo se nos junta en la garganta y se nos atenaza en el estómago: la huelga de los transportistas, la subida de la inflación, el desabastecimiento de los productos de primera necesidad, los atascos en las carreteras, un estado de sitio que nos saca del sitio, que nos vuelve ganado vulnerable. Somos, en realidad, ganado vulnerable. Sin el pan y la sal no somos nadie, y tampoco sin leche y sin legumbres. Nada de esto sucede sin el tráfico libre del comercio, y en muchas vaquerizas españolas se ven obligados a tirar cientos de litros de leche que no tienen camión que las transporte, como en el valle del Jerte se pudren miles de frutas y verduras en un despeñadero de inmundicia. Sucede, con esta huelga de los transportistas, como cuando se va la luz o se corta el agua: que apenas vivimos, que no sabemos vivir sin las comodidades que se han hecho una identidad de nuestra vida.

Cerca, aquí mismo, dentro de España, hay otras realidades. La crisis nos golpea a todos por igual, pero a unos más que a otros, como siempre. Por eso es esta huelga: porque a todos, también a los transportistas, se nos está apretando demasiado la soga, se nos tira demasiado de todas las cadenas que vamos arrastrando con la vida. ¿Cómo sobrevivir, qué se supone que hay que llegar a hacer para sacar cabeza de la nada, y sólo hacia la nada? Pero otras realidades nos anuncian que seguimos siendo el mundo más privilegiado que ahora existe: aquí mismo, en los pisos patera, se hacen distinciones entre pagar por una sola habitación, o por una cama compartida, o por una cama por horas, o por una cama con derecho a baño o por dormir sencillamente en el suelo.

Que existan estos pisos patera no es una lacra, ni es una involución, sino una realidad marcada por la pura necesidad que se cimienta, que se vuelve verdad, también, desde la crisis. Si ahora que nos faltan, sólo superficialmente, algunos de los productos esenciales para poder comer, poder vivir, sólo hace falta multiplicar esta situación por un millón para así imaginar cómo vive la gente que aquí viene, qué podredumbre total, que desamparo, les hace arriesgarse así a morir por cruzar un océano, un mar de tormentas y dolor, para jugárselo todo a una sola carta que casi siempre es una carta mala. La crisis nos sacude, la crisis nos aprieta duramente, pero hay otras crisis y están aquí, y forman también parte de nosotros, lo queramos o no, porque han venido a ser nuestro futuro.

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