En el mundo hay pocas sensaciones de mayor frustración que la de perder el tren. Sin metáfora ni traslación, perder el tren. Llegar jadeando a la estación, cargada con maleta, bolso, abrigo y bufanda y constatar que te pasas 1 minuto de la hora de salida que indica tu billete -el físico o el electrónico, el del formato folio o el que esconde tu wallet- da igual, billete ojeado varias veces en la carrera a la estación intentado que, por mirar y mirar, te sea concedido ese decisivo par de minutos de chance. Pero no. Jadeas, trotas, maldices y el tren no está.

El mundo entonces se reduce a ese enorme cajón diáfano de gigantes dimensiones, el punto más frío de la ciudad, con temperatura paralela a la paralela parada de taxis, donde recobrar respiración al nuevo ritmo que impone el paso de la furia y la derrota. El arrastre. Allí donde el sudor se enfría con la aceptación inevitable de la realidad a afrontar. Los viajeros transitan espacio que, por efímero y fugaz, nos vuelve paisanos e iguales a todos los que allí y entonces, coincidimos. Algunos, como fuera del cajón, responsables y previsores, puntuales; desde el sosiego y al buen ritmo, pasean, hablan por teléfono, bichean redes, leen -poco en papel- son esos que aprovechan un tiempo que tienen, con el que contaban, ese que a ti te faltó para cuadrar el billete y la hora y, estar en ese asiento que parte a tu destino, vacío por tu ausencia.

Perder el tren es fracasar, es truncar el día, los planes, las horas. Es vivir la angustia por lo que no hiciste y debiste para evitar el trance, es la decepción para quien te espera. Perder el tren es ver bailar la aguja del gigante reloj traslúcido que preside aquel cajón enorme. Luces que juegan por horas y paseos.

Perder el tren es perder oportunidades y ganar tiempo de opciones. Pausa impuesta y un acotado nuevo ritmo. Es un ralentizar forzoso de la actividad y envejecer hasta el siguiente turno del ferrocarril, hasta la próxima salida. Hasta entonces, un tiempo de regalo para el repaso mental a lo que elijas.

Perder el tren es escudriñar el panel de llegadas, su horario y su origen y divagar con el de salidas y sus destinos. Es ejercer de público frustrado ante la repentina y repetitiva acción coreográfica de intensidad con cada tren de partida y llegada, es observar y asistir con disimulo a reencuentros y despedidas de otros, es jugar a guionista de vidas de pasajeros desconocidos. Perder puede ser ganar. ¡Pasajeros al tren!

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