sALVADOR GIMÉNEZ

Pamplona y la tela de araña del sistema taurino actual

Se han vivido unas fiestas de San Fermín muy distintas de lo que siempre fueron: los carteles adolecieron de originalidad, copados por toreros apoderados por pesos específicos del sistema

LOS sanfermines de Pamplona inician en el mundo de los toros el ciclo de las llamadas ferias del norte. Ferias estas donde el toro, en el más estricto sentido de la palabra, siempre ha sido el único protagonista. Ciclos donde tradicionalmente se lidiaba un animal íntegro, bien presentado, diverso de encastes y limpio de astas. Fechas donde se premiaba y daba valor a lo conseguido en la arena, incluyéndose en los carteles a los toreros que habían pasado con éxito las primeras reválidas de la temporada, o lo que es lo mismo, Valencia, Sevilla y Madrid, haciendo caso omiso a exclusivas previamente firmadas por los gerifaltes del sistema. Era el último reducto de la verdad de una fiesta cuyos valores se están difuminando de tal manera que la puede condenar a una etapa lánguida y decadente.

Desgraciadamente este año se han vivido unas fiestas de San Fermín muy distintas, y distantes, de lo que siempre fueron. Los carteles adolecieron de originalidad, copados por toreros, algunos incluso hicieron doblete, apoderados por pesos específicos del sistema, en detrimento de otros, caso de Rafaelillo, que sí se lo ganó en la arena venteña ante un toro de Miura y que está viendo poca recompensa a tan notable actuación. También estuvieron presentes las figuras del momento, que por donde van hacen un flaco favor a la fiesta y al toro, pues éste es denigrado hasta límites que rozan el delito con la legislación taurina vigente en mano, ante la pasividad de una autoridad que cada día está más alejada de hacerla cumplir.

En el aspecto ganadero, la casa de Misericordia prescindió de vacadas clásicas en el ciclo pamplonés, como Torrestrella o Cebada Gago, para dar cabida a aquellas ganaderías, denominémoslas amables, que exigen las figuras haciendo gala de su poder para aparentar lo que no son, pues una auténtica figura del torero, no hay nada más que repasar hemerotecas, en Pamplona siempre dio la cara ante toros serios y encastados, haciendo auténtica gala de su verdadera condición.

La tarde que rayó en el escándalo fue la del lunes 13 de julio. En ella se lidiaron toros de Domingo Hernández, ese adalid del monoencaste que defiende que los minoritarios lo son porque no embisten, y que fueron estoqueados por Padilla, El Juli y Miguel Ángel Perera. Una tarde que fue un muestrario de aquello en lo que está el toreo hoy convertido. Una fiesta vulgarizada hasta límites que rozan las líneas rojas de la dignidad. Con un Padilla al que parece se le acaba el crédito de su trágica tarde de Zaragoza, vulgar, ramplón e incapaz de hilvanar algo coherente con sus dos dulzones oponentes y un Perera tan irregular como importante y al que le cuesta seguir al pelotón de cabeza, El Juli se convirtió en protagonista con una devaluada salida a hombros. Triunfo de carácter menor pues el toro falló de forma estrepitosa. Y no solo en juego, blando y de tontunas embestidas, sino que su presentación fue un canto de sirena a lo que siempre fue Pamplona. Un toro que al derrotar en el peto del caballo, no a un burladero ni a un pilar de piedra de las puertas de forma accidental, salió con las puntas de los pintones destrozadas y manando sangre por las mismas. Lo que en otra época hubiera sido un escándalo de órdago quedó en lo dicho, una amable salida por la puerta grande de la plaza de un Juli que por donde asoma el toro íntegro desaparece.

Son las imposiciones del sistema que rige los destinos de la fiesta. Un sistema que solo busca sus propios intereses, haciendo caso omiso al que la sustenta, que no es otro que el espectador que pasa por taquilla, pagando la mayoría de las ocasiones un dinero excesivo para el lamentable espectáculo que se le ofrece tarde tras tarde. Un sistema formado por una madeja compleja de tela de araña que solo es condescendiente con aquellos que se pliegan a sus formas y modos, dejando fuera a muchos que con su independencia pueda servir para traer aire fresco y regenerador.

Y haciendo referencia al sistema hay que clamar por las injusticias del mismo. Los toreros cordobeses siempre tuvieron, cuando lo merecieron, cabida en la feria de Málaga. El que muchos aficionados de la ciudad de los califas pasen el verano en la Costa del Sol siempre hizo que las empresas que regentaron la Malagueta incluyesen matadores o novilleros de Córdoba, para así atraer a un público que acudiría sin dudar a ver las actuaciones de sus paisanos. Este año no hay representación cordobesa en el ciclo malagueño. No digo nada, ni justifico tampoco, sobre la ausencia de Finito de Córdoba, un torero con buen cartel en Málaga y que en esta etapa de madurez siempre puede, siempre que las musas le acompañen, dejar pinceladas de ese toreo para el que muchos reclaman el califato taurino. Este año la ausencia más notable es la del novillero Javier Moreno Lagartijo. La empresa de Málaga, curiosamente la misma que rige Los Califas de Córdoba, no ha tenido la gentileza de incluirlo en el cartel de la novillada de feria, conformado por seis novilleros, algunos apoderados por la misma empresa.

¿Acaso Lagartijo no se lo ganó en Córdoba? La respuesta la tiene que dar la FIT, aquella que pregonaba que venía a regenerar y a recuperar Córdoba para el mundo de los toros. Lagartijo ha toreado con poderdantes de la FIT y seguro que la empresa conoce de sobra lo que puede aportar este nuevo torero cordobés; olvidarse de él en las plazas que regentan es menospreciar a Córdoba y a todos los aficionados a los que luego piden que llenen los tendidos de Los Califas. La pelota en el futuro está en el tejado de la FIT.

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