Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
Confabulario
Al final, parece que lo del indulto iba en serio, y ya tenemos ahí a don Oriol escribiendo misivas vagamente conciliadoras, después de que don Pedro Sánchez retrotrajera el ordenamiento jurídico español a los días del Antiguo Testamento, cuando nos aclaró, a cuenta de la sentencia del procés, que no es lo mismo la justicia que la venganza, y que lo nuestro, claro, había sido venganza, una venganza crudelísima, obrada contra un golpista amable y algo ñoño como don Oriol, que sólo quería lo mejor para los suyos. El problema, una vez más, está en la cuestión de lo suyo, de lo nuestro, de la tediosa mismidad nacionalista, que habilitó al señor Junqueras para erigirse en caudillo del pueblo elegido, sin necesidad de considerar más opinión que la propia.
Ahora, en El Prado, se exhibe un pequeño autorretrato de Pieter Kempeneer, aquel Pedro de Campaña bajo cuyo Descendimiento se entrerró Murillo, y donde es fácil comprobar uno de los grandes procesos del mundo moderno: el proceso de individuación que expuso al hombre, a cualquier hombre, noble o villano, ante la mirada del arte y de la historia. Esta emergencia del individuo, con sus rasgos, sus inquietudes, miedos y ambiciones, es la que llega a su ápice, por ejemplo, con las democracias burguesas que emanan de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789. Siglo y medio más tarde, sin embargo, las grandes ideologías de masas, nacionalismo y comunismo, reducirán al individuo a su condición numeraria y a una identidad roma y pueril, cuyo vector común, señalado por Fromm, era un mismo "miedo a la libertad", o el hallazgo de un dicha liberadora, de una exultación cálida e irreponsable en el rebaño.
Esta huida del hombre hacia la masa, tan propia del nacionalismo, es la que don Oriol soñaba para sus convecinos. Lo cual no quita para que don Oriol, como malogrado caudillo catalanista, pueda veranear en libertad con la llegada del indulto. La pregunta que se nos ofrece ahora es cuál será el cometido de nuestro guía providencial, toda vez que acepte que lo suyo no estuvo bien y que los golpes de Estado, aunque sean contra una democracia vengativa como la española, son, principalmente, golpes de Estado. Una opción, de fuerte simbolismo, sería que don Oriol volviera a su labor docente como profesor de Historia económica. Así, el señor Junqueras podrá explicarnos uno de sus méritos indiscutibles: cómo arruinó a su país en algo menos de un lustro.
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