En octubre de 1985 partí para Madrid para comenzar mi aventura de estudiar Periodismo en la Universidad Complutense. En plena Movida Madrileña y con la idea de vivirla a tope -larga vida al rock and roll y al pop en castellano-, en esa partida me acompañaron dos maletas, una llena de ropa y la otra de discos seleccionados de mi, afortunadamente, gran discoteca, engordada a base de años y años. Entre esos discos llevaba los últimos que había comprado, el primero de Katrina and the waves -titulado con el nombre del grupo y que incluía el clásico Walking on sunshine- e In square circle, de Stevie Wonder -que contiene el inmortal Part time lover-. Fue difícil elegir qué discos llevarme, pero, entre ellos, a pesar de mi confesado corazón de rock and roll, aposté por el primero de una entonces desconocida Whitney Elizabeth Houston, titulado con su primer nombre y apellido -Whitney Houston -, de quien entonces solo sabía que era una modelo, hija de la cantante de soul y gospel Cissy Houston y prima de la también cantante de soul Dionne Warwick . Ese disco me tenía poseído con canciones como Greatest love of all y Saving all my love for you, que la voz de Whitney convirtió en temas dignos de formar parte del Olimpo de la música. Esta Navidad he vuelto después de mucho tiempo a escuchar no solo ese disco, sino buena parte de la discografía de esa muñeca rota en la que se convirtió la que está considerada, junto a Aretha Franklin, la mejor voz de la historia. No obstante, en casos como este de personas que, como quien era conocida familiarmente como Nippy, sucumbieron a su propia existencia, siempre digo que quien esté libre -antes, ahora o después- de pecado que tire la primera piedra.

Y he vuelto a escuchar la discografía de Whitney Elizabeth Houston desde que hace unas semanas elegí ver en el cine I wanna dance with somebody, el biopic sobre su vida, en vez de la taquillera Avatar 2. Esa película me llegó al corazón como pocas. La última que me produjo el mismo sentimiento fue el también biopic del rey del rock, Elvis. Ese filme me emocionó literalmente por lo humano del tratamiento del personaje, con sus virtudes y sus miserias, como tenemos todos, y porque, de alguna manera, como a ella le ocurrió, a veces enfrentarse a la vida que nos ha tocado vivir tiene sus consecuencias. A Whitney le llamaban cariñosamente Nippy, apodo que le puso su padre basado en un "personaje travieso" de una tira cómica que solía leer de niña. Nippy era para Whitney una manera de escapar de ese mundo que le sobrepasaba, ese mundo que compartió con un marido que la introdujo en el mundo de las drogas -lo que acabó con ella- y con un padre que, siendo su representante, la estafaba quedándose con su dinero. Es la otra cara del mito. Un mito a admirar, y muchísimo, pese a esos demonios que la destruyeron, demonios que de alguna u otra manera con mayor o menor frecuencia pueden también acabar poseyéndonos. Un mito, Nippy, con un talento descomunal y que rompió más récords en la industria musical que ninguna otra cantante en la historia. Con más de 200 millones de álbumes vendidos en todo el mundo, fue la única artista en conseguir siete números 1 consecutivos en los Estados Unidos superando a The Beatles. Un mito que me acompaña desde ese 1985.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios