'Mortuus autumnus'

Sin otoño puede que nos llegue en algún momento algo parecido al frío del invierno

En algún momento les narré que esta columna debe su nombre a la profesión de mi padre, un sastre artesano. Sus grandes tijeras de corte descansan sobre una repisa, justo sobre el ordenador con el que escribo esta columna y siempre me recuerdan los muchos tijeretazos que hubo de dar para pagarme los estudios. Mientras yo estudiaba, en ocasiones oía el característico clac, clac con el que sonaba el acero al cortar las telas sobre su mesa de trabajo.

No es que en estas fechas de santos y difuntos me recuerden más a los que ya no están, pues todos los que hemos perdido algún ser querido sabemos que no necesitamos de efemérides para tenerlos en la memoria, y por ello lo de recordar y celebrar tantos "días de" me suele parecer algo anecdótico aunque no le niego su utilidad.

Las tijeras de mi padre y su sonido me recuerdan desde hace años que el otoño está moribundo, casi difunto y desaparecido; hace ya años que el verano se continúa mucho más allá de aquello que llamábamos el verano de los membrillos, por finales de septiembre y parece que permanecemos en un continuo verano de San Martín, que dicen llega en noviembre. En esas estamos esperando que se nos muera el verano y sin otoño puede que nos llegue en algún momento algo parecido al frío del invierno.

El día 1 de noviembre era la fecha en que mi padre tenía las prisas, las "bullas", para entregar los abrigos que durante todo el mes de octubre tenía que cortar y se cosían en el taller de la sastrería de casa. Que para los santos ya tiritábamos. Benditas "bullas" después de un verano en que había poca faena de trabajo, pasado el Corpus en que el trabajo era para estrenar los trajes de verano. Era esa la estacionalidad de la labor artesanal del sastre, unas estaciones que ahora van siendo otras o que más bien no van siendo sino un eterno verano tan solo roto por una tormenta o una borrasca con nombre propio que todas televisiones se empeñan en anunciar como el fin del mundo mundial. Y cierto que allá donde se dejan caer lo parece y lo son muchas veces ayudadas por las construcciones humanas mal ubicadas.

Hoy mi padre no tendría muchas bullas por entregar los abrigos, sus tijeras seguirían cortando algodones frescos para un verano que año a año se nos hace casi eterno. Vale.

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