No es la primera vez que dedico esta columna a un canciller alemán. Lo hice con el patriota europeo, Helmut Kohl, cuando hace un tiempo falleció. Ahora, Merkel solo lo deja y es merecido, sostengo, tenerla en cuenta cuando aún no se ha ido de este mundo, pero pone, como mínimo, un punto y seguido en este teatrillo.

Ya no podrá sorprender a algunos antiguos correligionarios míos -aun devotos de la única fe verdadera, seguir en la pomad- que, desde mi conocida afición socialdemócrata (muy heterodoxa sin duda y muy liberal en el más amplio concepto que se le pueda dar -más cada día-), defienda el legado que deja la canciller, igual que hice con el enorme Kohl, pero es que pienso que debería pesar más la carne de socialista que el carnet de ídem. Yo, qué le voy a hacer, sigo siendo extremadamente felipista y, por consiguiente, lo que quiero es que haya cambio, es decir, que las cosas funcionen. Merkel es muy de eso; para muestra, señalo que la figura de Merkel se agranda, entre otras muchas cosas, por haber liderado el país desde posiciones de consenso, esa quimera que nosotros aquí suponemos que existe, pero nos es vedada por la altura de nuestra dirigencia, tan alta, tan alta, que no alcanzamos a ver. Merkel ha encabezado hasta cuatro gobiernos de coalición, tres con la SPD y uno con los liberales. Convencer para crecer y liderar, gestionando la discrepancia sin castigarla como disidencia, es harina de otro costal: la pasta de los líderes se fundamenta en el arte de multiplicar los avances desde un gobierno de contrarios, cortando el paso al radicalismo por inútil y peligroso. No sé si la habría votado, pero sí que me sentiría seguro.

Corrió una noticia falsa por las redes cuando Merkel anunció su retirada. Se decía en ella que los alemanes, espontáneamente, le habían dedicado seis minutos de aplausos de homenaje como muestra de agradecimiento por dieciséis años al mando. No era cierto, pero caló porque era perfectamente plausible. Es posible que en las casas alemanas se piense hoy que igual deberían haber aplaudido en serio. Merkel ha liderado con contundencia, pero sin estridencias, desde la normalidad más firme que hayamos visto en las dos últimas décadas, guiando la locomotora alemana en lo económico, con la misma regularidad que de costumbre, pero situándola también en el tablero político mundial como indispensable voz europeísta, en unos tiempos de crisis de liderazgo abrumadora.

La Merkel después de Merkel es una incógnita. Me la supongo dedicándose tiempo a cortísimo plazo, una vez que se alcance el acuerdo de gobierno que hayan arrojado las urnas. Y a medio plazo quiero pensarla pendiente, alerta, sentada en su rincón de pensar, respetuosa pero responsable. Por si acaso debe afirmar de nuevo que algo no puede consentirse, que hay que actuar, cueste lo que cueste. Y, entonces, Angela dirige porque los ángeles no saben.

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