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DESPUÉS de disfrutar por la mañana con la histórica medalla de David Cal, los dos España-Francia disputados de manera casi paralela dejaron una lección de deportividad para quienes se empeñan en enseñar el camino una y otra vez desde más allá de los Pirineos. La selección de balonmano caía de la manera más dolorosa en el último segundo y después de recibir palos por todos lados, pero sus jugadores se limitaron a bajar la cabeza, llorar en silencio y felicitar al rival, por mucho que estimasen que no se había hecho justicia en el marcador. Justo todo lo contrario a la actitud desarrollada por los Batum, Bokolo e incluso Collet, el seleccionador, cuando los galos eran derrotados, una vez más, por el combinado español de baloncesto. Quienes apelaban al olimpismo y otras tonterías para censurar el resultado del anterior partido contra Brasil, se liaron a mamporros para desahogar su frustración. No satisfechos con ello, incluso quisieron dar otra vez lecciones en los vestuarios para justificar esos golpes en un supuesto teatro de los rivales.
La realidad, la auténtica realidad, es que Francia no llega a asimilar que España, tradicionalmente inferior en los deportes de equipo, pueda ganarles una y otra vez en todos los partidos de baloncesto en los que se cruzan en las grandes competiciones. Aunque ni siquiera esa razón debería servirles como justificación para una actitud tan infantil y de cabreo evidente. Lo mismo podría alegar España en balonmano, donde pierde y vuelve a perder, y, sin embargo, aún no se ha visto a nadie que vaya a comerse a Dinart o Jerome Fernandez después de uno de sus zarpazos al rostro de Julen Aginagalde. Menos lecciones y más saber perder.
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