Estas elecciones USA tienen una singularidad especial. Trump tiene 74 años, Biden 77. Mayorcitos para andarse con tonterías. En este contexto, el ticket de cada cual adquiere una importancia política muy relevante. El vicepresidente americano tiene menos poder efectivo que la Reina de Inglaterra, dice el guion de "Air Force One". Los candidatos a la presidencia se eligen por primarias y quien suma más delegados por estado consigue la nominación, pero el vicepresidente solo tiene un crisol final: la elección del candidato en su favor. O sea que, con independencia de los registros electorales, políticos y de cualquier otro orden, el candidato a la Presidencia decide quién le acompaña. Su poder es limitado, casi nulo en relación al presidente elegido, pero, como América es la tierra de las oportunidades, todo puede cambiar en un segundo y, de estar larvado a la sombra del poder más poderoso sin tocarlo apenas, es la persona llamada a sustituir al presidente si dimite (Ford con Nixon), muere (Truman con Roosevelt, Johnson con Kennedy -los últimos en el siglo pasado, antes hubo seis sustituciones más-), o si el jefe se incapacita para el puesto (nadie con Trump, al parecer). Las cuentas de la duración del mandato sugieren que, esta vez, esto importa.

Uno ve a Trump dar un mitin desde la propia Casa Blanca con covid, anunciar otro en Florida y descartar un debate virtual con Biden, y no sabe qué molesta más, si el aprovechamiento descarado, la imagen risible, la irresponsabilidad del tipo o la falta de respeto a las reglas de un trilero. Y observa a Biden dirigirse con distancia, pero con respeto, al cargo que ocupa su contrincante, a su complicada edad, tanto como la del ínclito showman, y reclamaría un mayor brío desafiante. Pero, al final, importan los votantes. Un día de estos diremos cómo y dónde importan más, pero, por ahora, desde una perspectiva global, es determinante introducir como pregunta auxiliar en la reflexión del elector: ¿qué pasa si el presidente no puede completar su mandato?

Para los republicanos no trumpistas, que los habrá, Pence es un bálsamo; para los demócratas escépticos y asustados, cualquier opción es válida, si Trump no gana; pero para los Estados Unidos de América, Harris es una oportunidad. Kamala Harris ubica la política americana, por género, por edad y por pragmatismo, en la generación y dirección oportunas, tristemente interrumpidas en 2016, cuando la elección se debatió entre una veterana del establishment tradicional y un tipo rebelde y viejo, que no ganaría, pero ganó. Pence no sería Trump, porque es imposible superar su nivel de histrionismo, pero Harris completa lo que Biden da, no solo sustituye, y si finalmente sustituyera, abre una puerta que 2016 bloqueó con estrépito. Por eso la elección es histórica: votar al mejor de la generación equivocada que se ofrece para terminar, por fin, con ella.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios