Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Machacar al maestro

19 de septiembre 2008 - 01:00

UN profesor del instituto Mario López, de Bujalance, ha sido, al parecer, amenazado por el padre de uno de los niños. Lo ocurrido, en sí, no reviste una gravedad distinta a la de otros casos similares. Según se ha sabido, hubo un cruce entre un profesor y un alumno, y el alumno después se fue en busca de su padre, a contarle no se sabe qué exactamente, aunque sí su inmediata consecuencia: que el padre, seguramente armado de razones en función de un temperamento algo alterado, saturado quizá de westerns, interpretaciones de Chuck Norris como Walter Texas Ranger o episodios de El equipo A, vistos en horario vespertino como gran acontecimiento cultural, se fue directamente hasta el instituto y fue a buscar al maestro, para impartir allí su justicia escolar, por medio de amenazas muy visibles, con la violencia verbal muy agitada.

Siempre que hay movida hay que esperar, hay que contrastar las opiniones, los acontecimientos, todo lo que ocurre y lo que no ocurre, lo que se sabe y lo que no se sabe. Una información da para mucho, y este hombre es inocente, claro, hasta que se demuestre lo contrario, pero nadie nos puede suavizar esta impresión creciente, ya cristalizada en Bujalance, de que este machaque a los maestros ahora casi nunca es coincidencia, no es algo ocasional, sino un goteo continuo de rabia y de desgaste, de un cansancio interior en el maestro que le hace colegir que, en estos días, lo tiene todo en contra de su oficio. Puede que el padre sea inocente, pero la manera de enfrentar el incidente entre el profesor y su hijo, al parecer, ha sido una mezcla de mentecatez y cobardía, que suelen ir muy juntas, tanto como la rabia disparada desde una frustración.

Parece ser, también, que este mismo padre ya agredió a un profesor interino el curso anterior, aunque el delito no se denunció, con lo que ya tenemos un antecedente. Uno entiende, por supuesto, que un profesor puede equivocarse, que puede ser un borde, que puede hasta ser tonto, porque ningún maestro, por mucho que lo sea, se ha escapado nunca de la condición humana. Para mí, sin embargo, hay algo sagrado en el maestro, es casi un sacerdocio que consiste en abrir las ventanas del mundo hacia los niños, y es una labor tan importante, y tan poco reconocida casi siempre, con todo lo que tiene de hermoso y de abnegado, que ir así al colegio, o a cualquier instituto, a repartir justicia en plan matón de cuarta, es sencillamente impresentable. El día en que esta gentuza llegue a comprender que agrediendo a un maestro se golpea también nuestro propio corazón, colectivo y finísimo, esperanzado y libre, la vida será ancha y más humana. Un instituto llamado Mario López no se merece esto, ni ningún instituto.

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