Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
A los de Vox los parlamentos autonómicos les importan lo preciso, y lo preciso es bastante poco. El partido tiene un proyecto nacional. En él las autonomías son meros entes instrumentales que les permiten ganar cuotas de poder y acercarse a sus objetivos estratégicos. No es algo que deba sorprender en una formación que hace bandera de su rechazo al modelo autonómico. Creen en el Estado centralizado y en la necesidad de ocupar sus instituciones. Desprecian las periféricas, que consideran disgregadoras. Esta teoría, que tiene mucho de obvia, se puede rastrear en reiterados comportamientos del partido de la derecha radical y se ha visto con meridiana claridad en lo que ha pasado en Andalucía con Macarena Olona. Vox quiso repetir en las elecciones del 19 de junio la jugada, corregida y aumentada, que los colocó como fuerza necesaria para gobernar Castilla y León y ocupar una vicepresidencia desde la que condicionar las políticas del PP. Pensando siempre más en Madrid que en Valladolid.
La apuesta castellano-leonesa les salió regular porque el vicepresidente voxero tiene un perfil más bien bajito y fuera de su región no hay quien le ponga nombre. En Andalucía iba a ser todo diferente: se desembarca a uno de los pesos pesados del partido, nada más y nada menos que a Macarena Olona. El objetivo era tener una fuerte presencia en el Gobierno de Juanma Moreno y desde allí ganar fuerza para las próximas elecciones generales.
No era un mal planteamiento. Pero falló lo principal: las expectativas electorales no se cumplieron -a pesar del claro avance del partido- y todo acabó como el cuento de la lechera. Olona se iba a tener que conformar con un puesto segundón, calentando escaño en la oposición, y todos los planes que se habían hecho para ella se derrumbaron. A partir de ahí, ya se sabe: retirada estratégica por razones de salud, recuperación afortunada y rapidísima, y reaparición como peregrina en el Camino de Santiago rodeada de algunos fieles, tampoco muchos, y con voluntad de volver a "sudar la camiseta" de la política. Eso sí, lejos ya de las declaraciones de sobrevenido fervor andaluz que prodigó durante su fugaz paso por la región, en general, y por Salobreña, en particular.
Todo suena un poco, o en un mucho, a fiasco. Pero tratándose del partido que se trata, tampoco hay que rasgarse las vestiduras. En Vox los códigos habituales o no funcionan o lo hacen de una forma muy particular. Pero convendría no olvidar que es un partido que cuestiona como ninguno las bases del sistema y que aun así tiene detrás a más de tres millones de españoles que le dieron su voto en las últimas elecciones generales. Y de medio millón de andaluces que lo apoyaron en junio. Como para echarse a pensar.
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