Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Lecciones peronistas

El populismo se ha convertido en regla y es un continente disponible para cualquier distopía

En Argentina, un hombre que aboga por legalizar el comercio de órganos humanos y consulta sus decisiones con el espectro de su difunto perro, ha obtenido un 30% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Como es fórmula habitual en estos casos, el interfecto ultra se define a sí mismo como “liberal” y su proyecto, según indican los estudios demoscópicos, es la opción favorita entre la juventud. En todo caso, Milei no ha vencido en la primera vuelta. Lo ha hecho, contra pronóstico, el candidato peronista, Sergio Massa. Buena parte de la izquierda española ha celebrado este triunfo como un acto de resistencia popular y democrática que puede permitir continuar con las políticas que, desde hace años, como afirma nuestra vicepresidenta primera, han servido para ofrecer prosperidad al pueblo argentino. Desde luego, no hay quien pueda negar este arraigo, esta continuidad. El peronismo ha gobernado en Argentina 30 de los últimos 40 años. Y, en concreto, la versión kirchnerista de esta extraordinaria entelequia ha regido el país 17 de los últimos 21 años, después de los cuales, hoy en día, y tras el último mandato peronista, Argentina padece una inflación de casi el 140% y se estima que aproximadamente un 40% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Cuando uno piensa que el candidato presidencial del justicialismo es el actual ministro de economía encuentra razones para comprender el encandilamiento de los teóricos del populismo español. Se trata, sin duda, de un hecho mágico. En todo caso, la cuestión no es sólo la contribución del peronismo a las actuales cifras económicas, sino su propia responsabilidad respecto al hecho de que sea hoy un perfil como el del ínclito Milei el que constituya la alternativa política y congregue las esperanzas de la juventud. Es decir, por consolidar una cultura política irreflexiva, despreciativa de los hechos, y supeditada a la conexión emocional con las masas a través de significantes vacíos movilizadores. El populismo, como ilusión salvífica, se ha convertido en regla y es, de esta forma, un continente disponible para cualquier distopía. La distopía nihilista y canina de Milei va a competir la presidencia del país y esto tendría que ser, para el propio peronismo, un hecho trágico. El problema es que, tal vez, sea la naturaleza degenerada e infecta de su competidor no sólo un producto suyo sino también la condición necesaria para garantizarse sine die su propio poder en un mundo sin alternativa. En una democracia estéril.

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