Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
La transición de las hambrunas, primero, y las estrecheces y fatigas, después, a un cierto bienestar duramente alcanzado a base de horas extras y pluriempleos fue simbolizado por muchos rostros, pero sobre todo por dos: el de Conchita Velasco en una primera etapa de finales de los 50 y principios de los 60 y el de Laurita Valenzuela en los 60. Conchita expresaba lo que se quería ser y aún casi nadie era, lo que se quería alcanzar y aún casi nadie había alcanzado: la modernidad y el bienestar con música de Algueró de Las chicas de la Cruz Roja, El día de los enamorados, Amor bajo cero, Festival en Benidorm y la Historias de la Televisión de La chica yeyé, todas de entre 1958 y 1965.
Laurita Valenzuela representó la generalización de un bienestar que, por modesto que fuera, sabía a gloria tras lo que se había pasado: la España del primer y el segundo Plan de Desarrollo (1964-1971). Había sido presentadora en TVE desde 1956 y actriz secundaria en muchas películas de los 50, pero su momento estelar llegó con sus papeles protagonistas en Eva 63, Amor a la española, Las que tienen que servir, Los subdesarrollados o Pierna creciente, falda menguante, entre 1963 y 1971, y las Galas del sábado que presentó con Joaquín Prat entre 1968 y 1970. Era el rostro moderno, sonriente, amable y queridísimo de una España que por fin iba alcanzando, por muy modestamente que fuera y a costa de los sacrificios que fueran, lo que había soñado viendo las películas de Conchita Velasco. Un pisito a estrenar, una lavadora, una nevera (que se ponía en la salita porque no cabía en la pequeña cocina y para admirarla), un televisor, todo a base de letras o de dita, y quizás hasta un seiscientos. La felicidad, entonces, olía a plástico y electrodoméstico nuevo, tenía el tacto del duralex de la vajilla y el skay del tresillo, el color un poco chillón de las fotos de los niños y las niñas con sus trajes de primera comunión -él con entorchados y ella como una pequeña novia- en el mueble bar. Exactamente lo que su marido, José Luis Dibildos, representó con Españolas en París o Los nuevos españoles y la tercera vía que abrió en el cine español.
Laurita Valenzuela fue más que esto, pero fue sobre todo esto: el rostro moderno, bello, simpatiquísimo, familiar, de una felicidad y un bienestar alcanzados. Por eso la despedimos como algo propio y muy querido.
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