¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Juan Bosco

Díaz-Urmeneta consiguió sobrevivir a dos aventuras vitales extremas: los jesuitas y el comunismo clandestino

Aunque los que lo conocían bien destacaban su sentido del humor fino e irónico, la imagen que transmitía Juan Bosco Díaz-Urmeneta era la de uno de esos andaluces melancólicos que tanto abundan. Ahora lo estoy recordando caminando por cualquiera de las calles del centro de Sevilla, con su paso de caballero de la triste figura y su mostacho demodé. No fui su amigo, pero sí trabajé con él en mis años de la Sección de Cultura de Diario de Sevilla, tiempo en el que comprobé que a Juan Bosco, quizás el mejor crítico de arte que ha tenido Andalucía en los últimos tiempos, le adornaban dos de las virtudes más altas que puede tener un ser humano: la educación y la amabilidad (si es que hay alguna diferencia entre ellas).

Juan Bosco, lo he escrito ya alguna vez, consiguió sobrevivir a dos aventuras vitales extremas que a cualquier otra persona la habrían dejado completamente agotada: la Compañía de Jesús y el comunismo clandestino. Cómo lo consiguió es un auténtico misterio, pero me imagino que algo tuvo que ver su entrega incondicional al arte. Para los que lo tratábamos sólo superficialmente transmitía una mezcla de tristeza y simpatía. No se puede realizar el viaje desde el noviciado de la SJ hasta la nomenclatura del PCE sevillano sin que queden algunas cicatrices.

Descendiente de la poeta decimonónica y salonnièr sevillana Antonia Díaz -con calle junto a la muy romántica plaza de la Maestranza- Juan Bosco se consideraba parte -así me lo dijo- de lo que denominaba la "institución arte", una galaxia en la que conviven artistas, críticos, museos, galeristas… y en la que, como en una gran familia, pese a las tensiones, todos dependen de todos. Nunca perdió el entusiasmo por su trabajo periodístico y lo mismo escribía sobre Murillo que sobre la exposición de una artista novel en una pequeña galería de nuevo cuño. También fue un hombre de fiera independencia al que no le importaba señalar que el rey estaba desnudo. Me lo demostró cuando, en una entrevista que me concedió hace ya varios años, no tuvo reparo en decir que tanto la colección Thyssen de Málaga como la Bellver de Sevilla carecían de una calidad artística memorable. Lo hizo en un momento en que ambas pinacotecas eran juguetes en manos de los políticos de turno, las marionetas con las que encandilaban a unas sociedades que, en lo que a la cultura se refiere, siempre están dispuestas a comprar gato por res. La independencia, Juan Bosco lo sabía, debe ser el principal atributo del crítico. Descanse en paz.

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