Irán envenenado

No veo que en Irán se puedan recuperar los derechos y las libertades de las mujeres

Alguien de reconocido prestigio me confesó que las multitudinarias y persistentes manifestaciones que se estuvieron produciendo en los últimos meses en Irán podrían hacer caer al régimen de Alí Jameni. Me contagió su esperanza. Atrás han quedado esas campañas internacionales en las que, rabiosas, nos cortábamos el cabello como gesto de reivindicación de los derechos humanos para las iraníes. Pero, sin ayuda internacional, es de difícil sostenimiento semejante lucha en las calles que le ha costado la vida a cientos de mujeres y hombres, la cárcel a otros tantos, obligado al exilio a muchas familias y a otros, que han sido ahorcados. Del silencio de las manifestaciones ahora llegan otras preocupantes noticias. Desde el pasado 30 de noviembre algo pasa en Irán a lo que no podemos ni debemos retraernos: los envenenamientos a mujeres desde hace tres meses se han convertido en la nueva modalidad de querer matar en silencio. En este tiempo se han contabilizado 650 envenenamientos a chicas, que al ir a la escuela muchas salen directas a urgencias de los hospitales con fosfina en la sangre. El asunto ha llegado al Parlamento iraní, donde el viceministro de Salud, Younes Panohí, ha reconocido que algunas niñas habían sido envenenadas en las escuelas cuyo motivo no sería lograr su muerte, sino convertir las intoxicaciones en un aviso para que las mujeres no vayan a las escuelas. Las autoridades justifican estos ataques bajo el argumento de que las calefacciones no funcionan, pero la sintomatología clínica, según los expertos, es clara: vómitos, diarreas, mareos, halitosis con olor a pescado podrido, disminución de la tensión arterial, alteraciones cardíacas, pulmonares y pérdida de visión y audición. La dosis de fosfito es mortal, por lo que se sospecha que los agentes que estuvieran difundiendo este gas en las escuelas son conocedores de su manejo, ya que en dosis altas es mortal de necesidad. Masumeh Ebetkan, una mujer reformista que fue vicepresidenta en Irán, ha reclamado que se acabe de una vez por todas con los fanáticos misóginos. Aquellos activistas que actúan como el Boko Haram, que en Afganistán prohíben que las niñas estudien. En un país como Irán en el que, por cierto, hay más mujeres que varones matriculados en las escuelas. Me he desilusionado con las esperanzadoras palabras de ese prestigioso ex político porque no veo que en Irán se pueda recuperar la libertad y los derechos para las mujeres. Al menos hemos conseguido traer a España a Ana Baneria.

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