Intersecciones

La identificación del capitalismo opresor con la 'raza blanca' resulta desenfocada si la aplicamos al presente

Asociada en origen a los debates del feminismo, la llamada interseccionalidad o perspectiva interseccional se extendió a finales del siglo pasado para poner de relieve las distintas formas de discriminación que pueden recaer sobre un mismo individuo, por ejemplo en el caso de las mujeres negras doblemente discriminadas por su color -racializadas, según la terminología al uso- y por su sexo, que pueden serlo además en función de su orientación sexual o bien de la percepción que tengan de su propio género, si atendemos al nuevo paradigma, altamente discutido, en el que las definiciones responden a una subjetividad extrema e independiente de la biología. Se trata de un enfoque útil e iluminador a la hora de afrontar las diferentes categorías de opresión, que en efecto se refuerzan y aumentan la postración y la injusticia padecidas por los ciudadanos más débiles o más desprotegidos. En este sentido, la sociología que usa de esta herramienta de análisis se acoge de modo natural a las banderas tradicionales de la izquierda y del mismo modo que ella está sometida a las tensiones provocadas por el particularismo identitario, que ha sustituido el llamado a la humanidad en su conjunto por una suma de reclamaciones específicamente dirigidas a comunidades victimizadas. Haríamos mal si menospreciáramos unas demandas que son esencialmente justas, pero lo cierto es que no pocos de los que las defienden desdeñan los argumentos racionales y tienden a comportarse como policías o inquisidores. Desde un punto de vista político, se constata además el progresivo olvido de la categoría de clase, un concepto que no podemos manejar con la misma rigidez con que lo hacían los teóricos clásicos del marxismo, pero que sigue siendo pertinente para explicar las brechas de la desigualdad. Este olvido permite que miembros de estamentos privilegiados no renuncien a definirse como víctimas, aunque por su posición sea evidente que ejercen el poder y lo aprovechan -en la política, en la universidad, en las empresas, en los medios- para extender la virtud a martillazos. La identificación del capitalismo opresor con la raza blanca, por ejemplo, puede tener validez en un sentido histórico, que explore la relación entre la revolución industrial, la expansión de la idea del libre mercado y la explotación de las antiguas colonias europeas, pero resulta no sólo insuficiente sino claramente desenfocada si la aplicamos al presente en el que las economías asiáticas y el liderazgo global de China -o de otras potencias en las que no se procura conjugar el crecimiento con la democracia y el respeto a los derechos humanos- ejercen una indudable e inquietante hegemonía.

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