Hablando de los heterodoxos

Porque todas las estructuras de poder siempre tienen a mano un montón de excusas para implantar una disciplina

Hay que ver la simpatía que, en tantas ocasiones, tiene alguna, o mucha, gente a los heterodoxos. Y el interés que suscitan. Junto a la doctrina de las diferentes corporaciones, constituidas como portavoces o voceros de la verdad y de la última palabra, los que de alguna manera cuestionan esa situación, los llamados disidentes o relapsos, tienen un no-sé-qué que les hace atractivos. Al menos, asegura Menéndez Pelayo, excitan la curiosidad. Y el caso es que, si uno echa un vistazo a cualquier medio de comunicación, encontrará por aquí y por allí los más variados modos de heterodoxia, bien al poder político, religioso o, incluso, hasta al deportivo, por parte de personajes o colectivos que disienten en alguna medida con la ideología que tratan de obligar tantos núcleos de poder como hay en el mundo.

La cosa viene, como se sabe, de la necesidad que todo ser humano siente de protección, lo que le obliga a acogerse al grupo e ir ajustando desde el punto de vista teórico los motivos para justificar la conducta que le lleva a ser fiel a una lealtad cultural. Pero la tensión entre pertenecer al grupo y, al mismo tiempo, tratar de no quedar anulado del todo es uno de los juegos existenciales más duros que puede vivir una persona que trata de ser consciente y responsable. Por supuesto que cabe renunciar expresamente a toda parcela de pensamiento propio, echarse del todo en brazos del colectivo y vivir, según Elías Canetti, como un cordero en la masa, pero, si se quiere mantener, al menos, un trecho de personalidad propia, siempre hay que plantear el problema de los límites, de hasta dónde dispone uno de autonomía para, siendo leal al grupo, no quedar ahogado del todo.

Porque todas las estructuras de poder siempre tienen a mano un montón de excusas para implantar una disciplina y ejercer sobre todo el control de las conciencias. A los países con las policías morales, se están sumando con cualquier justificación todos los que pueden. El último, Portugal, que, no se sabe muy bien de qué le viene el derecho (si del cielo o del infierno), ha venido a imponer un menú nacional a sus ciudadanos. ¡Para echarse a temblar! Afirmaba Heráclito, el filósofo griego, que "el hombre, cuando duerme, entra en contacto con los muertos, pero que, cuando despierta, lo hace con los dormidos". Pero, claro, con tanto ahogo, a veces hay quien por necesidad despierta. Y entonces viene el lío.

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