Ni frenesí laico ni exageración beata. Kwanzaa como solución. No vale quejarse. No vale decir qué nivel, Maribel. Ni tenemos lo que nos merecemos. Ante la disputa, soluciones. Y a seguir.

A ver, el día que Pedro volvió a utilizar la tribuna del Congreso de palangana, cuando nos contó la nueva milonga de lo mucho que hace para lo mal que estamos, pero, vamos, que no estamos tan mal como se dice y, si la cosa se pone más chunga, ya le diré yo a estos lo que tienen que hacer, que no me temblará el pulso y bla, bla, ese día, dijo que esas fiestas de las que usted me habla son las del afecto. Tal cual. Raudo y veloz, en su réplica, Pablo (no el que manda, el otro) se subió a la misma tribuna mojada y con la carita del chico popular del instituto le soltó ufano al sheriff que vaya tela, que hay que ver el trabajito que le cuesta felicitar la Navidad, coño, con lo fácil que es, que lo hace todo el mundo, vaya, que estamos en un país cristiano y que todos sabemos que el día 24 nace el niño Jesús, joder, que no se puede ser más atravesao. ¡Ay, qué divertido! ¡Vaya dos! No me dirán que no inspiran ternura…

Yo sé que el Congreso ventila asuntos aparentemente importantes, aun en estado de alarma permanente (oye, lo de alarma de estado no estuvo mal tampoco), pero no se me escapa que su labor más trascendente es guiarnos por la senda del buen tono, la oportunidad, el sentido común y la serenidad. Eso es un trabajazo. Y, claro, borregos como somos, en estos días marcados siempre en el calendario para ser felices, es bueno contemplar por dónde van los tiros, alimento de hooligans, y ser muy cool y muy progre (pero de los buenos, no de los de Felipe) y celebrar empáticamente el afecto, como hace el presidente, sabiendo que así normalizamos en laico una fiesta religiosa, porque somos aconfesionales y esto importa. O, al revés, con dos huevos, desearnos feliz navidad con la boca grande, cojones, siendo conscientes de que cada letra de la felicitación nos hace más sanos, más puros, más españoles y más patriotas.

Mientras, aquí fuera, nos debatimos entre el miedo y la vergüenza. Unas veces la ausencia de vergüenza hace que campee el miedo, y otras el miedo lo inunda todo. Porque las cosas aquí fuera están jodidas de verdad. Y esta Navidad que viene (recién terminada Jánuca, dispuesto el comienzo de Kwanzaa) va a ser diferente, ya nos quedemos en casa, quietecitos; incumplamos con todo, irresponsables; apuremos la norma, osados; o trampeemos las reglas, sean las que sean de una puta vez, fulleros. Lo de los dos pichones es desesperante, porque mientras ellos apabullan con su plumaje, la gente las pasa canutas.

Mi deseo es que nos cuidemos. Y que estemos tranquilos. Yo que sé, veamos una película mala o algo. "Dos tontos muy tontos", por ejemplo. Y feliz lo que quieran. O lo que sea. Aguanten.

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