No está mal leído, tranquis. La fartura -dirá alguien ajeno al detalle- es un churro, pero no, es distinto. Así que, desde el común de la harina de trigo, el bicarbonato de sodio, la sal, el agua clara y el aceite caliente, pero también con su poquito de levadura, puntito de azúcar y maravilla de canela, derivaré de los tiempos que pasan inadvertidos a las cosas de comer.

Quien me conoce sabe que apuro los doce meses que cada año trae aproximándome a mi cuenta particular para hacerme hippy en Portugal cuando los dos dígitos mágicos, cinco iguales, carguen mi calendario. O sea, que es mi voluntad declarada, privada y públicamente, no pasar ni un día más después de los cincuenta y cinco cultivándome en las trifulcas que me ocupan. Vale, es posible que a tal altura no cumpla con lo de hippy a nivel estético, más que nada por comodidad y cierto respeto a las formas, que uno ya tiene una edad y entonces tendré todavía más, pero lo que es seguro, seguro, segurísimo, es lo único ciertamente improbable de todo esto: que me fugo ahí, llegado el momento, sin pena ni vergüenza.

Ese es el plan, el objetivo y el estímulo, todo a la vez. Hay destino elegido, pero mientras me asiento, inspecciono de vez en cuando el entorno. Ahora mismo estoy casi volviendo a perder la hora de más que este último fin de semana he estado apurando.

En las labores de inspección esas que refiero, del disfrute, la relajación y el gusto por estar donde uno es y quiere, nacen las risas, sobre todo si la suma de esas pequeñitas huidas se alimenta de la compañía imperdible de mi compañera de vida (si no, ¿para qué?; de esto no huyo, ahí me prefiero preso) y, de cuando en cuando, de los amigos de siempre, que están para todo sin pedir nada. Antonio y Carmen lo son. Y no sé seguro si ellos contemplan mi plan de escape para sí en algún momento, pero hemos dispuesto en todo caso, muy civilizadamente, que, cuando sea, articularemos una buena custodia compartida para los fines de semana de libre: uno sí, uno quizás no, el otro también.

El churro nuestro es bueno. No sé bien si fue primero y después parió otras vías. Sospecho que sí, porque el churro se nutre de la harina, el agua, la sal y el aceite fuerte y lo mío -lo suyo, si gustan- añade la puntita de levadura, iguala el bicarbonato, potencia el azúcar y triunfa con la canela, pero, sobre todo, el churro es más bien fino y la fartura es recia, anchota y, según qué experiencia ("jefesilla" o "jefasa"), grande. Es lo que hay y, como no está allí, simboliza bien lo que tanto me gusta de aquí. Es lo mismo, pero es distinto. Y me hace distinto.

Cosas importantes: las de comer, las que alimentan el alma. Lo de ahora, la trifulca, rellena, no diré que no, pero, en verdad, solo compra tiempo para esto. A pesar, Carmen, Antonio, de que, por cierto, nunca comí una fartura. Pero lo sé, lo veo, lo cuento, y espero.

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