Estoy convencida de que la vida hay que llenarla de excepciones, sí. Puede que sea una afirmación demasiado rotunda y puedo estar, por supuesto, equivocada. Pero pese a lo arriesgado, pienso que hasta al más ordenado, a la más sistemática y metódica, las excepciones, en el fondo, le resultan excitantes. Sí, soy consciente de que esa excitación puede convivir con algo de desasosiego y cierta tensión, pero el sentir todo eso, merece la pena.

Introducir experiencias, ya sea una escapada no programada, esos cafés que tampoco estaban convocados, charlas que se alargan y se comen parte de nuestra siguiente actividad, del siguiente punto de nuestro orden del día, enriquecen el espíritu. Que perdamos horas de sueño porque nos dedicamos a acariciarnos, que lleguemos tarde porque paramos el mundo para bailar una canción, nos hace degustar a otro ritmo nuestros días. Ahora que todos andamos a régimen, que iniciamos dietas, no me digan que esas excepciones entre las verduras y el caldo desgrasado no le saben a gloria, son los pequeños placeres, los pequeños regalos.

No podemos negar que hay millones de estudios sobre los beneficios de la rutina, la pertinencia de mantener horarios y lo acertado de la meticulosidad y lo estructurado de las actividades que desarrollamos en nuestros días. Convivo con un maestro que comparte conmigo eso de las programaciones, que asume la obligación de fijar objetivos y marcar plazos, de establecer criterios de evaluación que se verifican con indicadores de logro, y juntos hemos constatado que al final, eso mismo, todos nos lo llevamos a nuestra vida, así funcionamos; pero si vienen a auditarnos y nos pillan en alguna de esas imprescindibles excepciones, siempre podremos alegar la necesidad de respirar, la necesidad de algo de aire fresco. Porque no me podrán negar que colar en nuestras vidas un viaje intempestivo, una salida en un martes, una merienda larga en medio de las frenéticas tardes de actividades extraescolares, no dan un plus a la semana.

Ya sé que nuestros días son complicados, que hay que rendir, que hay que cumplir, que hay que atender y que siempre será incontestable la réplica, que no estamos en el momento o que no nos lo podemos permitir. Que las resacas nos salen demasiado caras, que nos hemos impuesto firmes propósitos, que abogamos por la productividad, por lo racional y lo útil o práctico pero, pese a que llevan razón, ¡recitemos a Sabina!, que nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo. Excepcionemos, vivamos. Compensa.

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