
La gloria de San Agustín
Rafalete ·
Hombres del tiempo
Envío
Cito de memoria, pero el gran Gómez Dávila venía a decir que los sociólogos podrían saber mucho de la sociedad si no fuera por la Sociología. El momento actual sería un observatorio apasionante de nuestra sociedad y su poliédrica vida, sometidas una y otra a la pandemia, si no fuera porque, a fin de cuentas, nadie es observador inmune, antes bien otra víctima indefensa de las sevicias a que somos sometidos. El virus hace su parte, acorde con su naturaleza, pero me temo que más daño aún nos hacemos nosotros, y no digamos las presuntas autoridades, comenzando por ese verdadero mamarracho frívolo que responde como Fernando Simón y terminando por las regionales, desbordadas y desnortadas, ahora que Sánchez, demasiado tarde, ha decidido dar un paso al lado.
Entre nosotros pululan miles de individuos que volarían la sociedad tal como la conocemos, desde las instituciones más señeras -familia, Iglesia, monarquía, Estado (el español, por supuesto)- hasta los estilos de vida tildados de tradicionales, quemarían templos si pudieran y no dudarían en abrir listas negras de desafectos, pero que se pliegan gustosos a las menores indicaciones de quienes mandan en los telediarios y se convierten en serviles altavoces de sus disparates o en implacables acechadores de comportamientos ajenos. Hoy, en pleno tórrido verano, hemos de ir embozados con antihigiénicas y asfixiantes mascarillas, incluso si caminamos en perfecta soledad, por orden de los mismos que no hace tanto desaconsejaban su uso por el simple hecho de que, por pura ineptitud, no podían cubrir la demanda. ¡Ay de quien ose aliviarse unos segundos a la vista de la maruja o el manolo! Espero ya el día en que Simón y sus compinches descubran las ventajas de caminar a cuatro patas para evitar el contagio, y el paso sutil de recomendación a nueva exigencia en nombre de la salud que todos, un día, hemos de perder. España pandemizada, ese gran koljós.
Los medios abren y cierran con el perenne monotema. Un "rebrote" de unas cuantas personas asintomáticas en Vitigudino es noticia nacional -ocultando siempre el papel de quienes llegan en manada desde hace semanas a aeropuertos y costas, origen cierto de los peores focos-; se habla con increíble ligereza de nuevos e inminentes confinamientos, quizá con añoranza; los aterradores datos de la EPA resbalan como si fueran los de la lluvia caída en Grazalema. Puestos a suicidarnos, ¿no sería preferible la ingesta de cicuta?
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