Supongo que no te lo podrás creer, después de tanto tiempo, de tanto esfuerzo, de haberte quejado tantas veces de lo pesado que se hacía (y lo injusto que era, en tu mundo, claro) ver que unos sí (y tú no) empezaban a disfrutar de pertenecer a un club distinguido, de esperar a verte por fin considerada, de repente, tras dos semanas de frenesí y regocijo prudente, te ves aquí en esta columna, ya, por derecho propio, sin esperarlo, al mismo nivel que Chencho. Así que, como tu dirías, porque siempre vas con la verdad: ¡cállate la boca!

Tengo una niña que es la bomba. Utilizo el verbo tengo de una manera impropia, seguramente, porque tener, lo que se dice tener, yo no la tengo (se tiene a sí misma y con muchísimo éxito). Utilizo también el sustantivo niña de una forma inexacta, porque no lo es tanto ya (es una mujer, mucho más trabajada y exigente con ella que una legión de adultas perdidas). Es franca, simpática, sincera, frontal, impaciente y altiva, a veces, pero brutalmente leal y honesta siempre. Es una hija que, cuando no la tienes, te gusta tener. Y yo tengo la grandísima suerte de poder decir esto, que tengo una niña que es la bomba, no porque la tenga ni porque sea una niña, sino porque a los dos nos da la reverendísima gana, que es el lazo más genuino con que se atan las personas.

He vivido con ella momentos que posiblemente no recuerde -y es que la memoria no es su fuerte, a decir verdad-, pero que mientras escribo me traen una sonrisa melancólica. Fueron los tiempos en que salía a toda velocidad, dando del tirón tropecientas volteretas en cualquier plaza de cualquier ciudad a la salida de cualquier metro. Eran también los días, de chiquita, cuando le pedíamos que se estuviera quieta para poder seguirla -"tranquila, María, ¡por favor!"; "ya, si yo estoy clanquilita"-. Fueron los de los fines de semana por toda Andalucía y parte del resto de España, coleccionando medallas de gimnasia rítmica, dándome entonces sonrisas orgullosas. Han sido también las sonrisas que no fueron, porque la vida es compleja y te rompe una rodilla, como a ella, pero de más orgullo aún, porque se reinventa y sigue y, aunque las cosas cuestan, disciplina y coraje. Y vivo con ella la tremenda satisfacción de verla convertida, cada día más, en una persona que brilla. Mucho. Para reventar.

Mira, Mary, te quedan dos telediarios para salir ahí fuera y uno lo estás viendo. Hagas lo que hagas, que será seguro lo que quieres porque tus objetivos van por detrás tuya, a mí me dará igual porque triunfas cuando peleas, cuando no te rindes. Y tú peleas todo el rato. Y no te rindes nunca. Y yo lo veo y se me cae la baba. Así que no sé si será bastante esto que te escribo, porque llegue tarde, pero lo que quería decirte en abierto es que, vale, tú serás María Moreno Sánchez y ahí poco tengo yo que decir, pero, chula, eres también Mary Buff. Y eso, aquí, con la baba caída, es nuestro, tuyo y mío. Vuela. Te quiero.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios