La tribuna

José Joaquín Castellón

Cristianos de derechas y de izquierdas

DEBE tener la fe cristiana influencia en las opciones políticas de los creyentes? ¿Puede decirse que los cristianos deben ser más de derechas o de izquierdas? ¿Debe un obispo o un sacerdote apoyar explícita o implícitamente más a un partido político concreto?

Que la fe cristiana tiene una importante componente político-social es indudable. Siempre han existido cristianos con una vocación especial de intervención en los asuntos sociales. Es más, el magisterio eclesial en el Concilio Vaticano II invita a los creyentes a construir un mundo más justo desde las instituciones políticas, a la vez que reconoce la legítima autonomía y pluralidad de sus opciones políticas (Gaudium et spes, 75 y 76).

Los cristianos estamos llamados a ir actualizando el reino de Dios en nuestra historia, y en esa tarea tenemos como referencia las opciones que el propio Jesucristo asumió en su vida. Pero ni los dinamismos del reino de Dios están perfectamente definidos, dictando leyes concretas, ni los análisis de la sociedad en los que han de vivirse son unívocos y claros. Por ello desde una misma fe en Cristo caben posturas políticas diversas. Si la comunidad cristiana se convierte en una alternativa política, desnaturaliza su propia realidad, y atropella la legítima libertad política de los creyentes, tal y como afirmaban los obispos españoles ya en 1986. Un mismo objetivo ético o moral se puede conseguir desde distintas alternativas de técnica política, y siempre será opinable cuál es la mejor.

Un cristiano no puede definir sus opiniones políticas sin reflexionar, en conciencia y desde su fe, qué sociedad se construye con ellas. Las opciones política pueden ser diversas, pero unos mismos valores éticos fundamentales han de inspirar su compromiso político y partidario. Aunque las posturas políticas pueden ser diversas, todos los cristianos hemos siempre de tener una opción clara por los más pobres, por los que más sufren, por los más débiles. Una opción clara en nuestros sentimientos, en nuestra pastoral y, también, en nuestras valoraciones políticas.

Podemos tener distintas formas de afrontar políticamente un problema, pero hemos de estar cada vez más cerca de las familias que sufren una hipoteca injusta y desmesurada, y sospechar de los incrementos de los beneficios bancarios. Hemos de escuchar atentos y comprender el rosario de sufrimientos de las familias que sufren desempleo, e intentar que nuestra sociedad solucione del problema del paro. Todos los creyentes hemos de contemplar religiosamente la muerte de los inmigrantes en el Estrecho y de los empobrecidos de África, para que esa contemplación nos impulse a un cambio radical de nuestro sistema económico. Hemos de compartir las situaciones sociales de los barrios más humildes para comprender sus necesidades; la vida de sus vecinos, para acompañar sus reivindicaciones justas.

Podemos tener distintas formas de afrontar políticamente el problema del aborto, pero todos los cristianos hemos de preocuparnos siempre que una mujer se plantee abortar. Tenemos que ser voz de los sin voz, de los no nacidos a los que se les quita la vida; de las jóvenes manipuladas a las que se les ofrece un proceso tan traumático como un método anticonceptivo más, y de las que sienten que su embarazo es una condena y un callejón sin salida.

Todos los creyentes hemos de estar preocupados por la manipulación consumista de la sociedad, especialmente de los jóvenes, a los que se ofrece como único valor supremo el goce superficial y alienante; todos hemos de favorecer el encuentro auténtico con el otro como camino de realización verdadera.

Podremos tener distintas formas de afrontar políticamente los problemas, pero todos los cristianos hemos de participar en la vida pública desde nuestros valores de trascendencia de la vida humana y de fraternidad universal. Podremos tener distintas formas de afrontar políticamente los problemas, pero ningún cristiano puede marginar las exigencias más radicales de la justicia social, de la trascendencia de la vida humana, porque nuestra fe nos descubre que toda persona es hija de Dios, y que todo ser humano es nuestro hermano.

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